Cuando hablamos de autoengaño, en este artículo, no nos estamos refiriendo a contenidos inconscientes reprimidos o traumas profundos que es necesario traer a la conciencia. Nos referimos a fenómenos de lo consciente: situaciones de la vida cotidiana relacionadas con las tareas que realizamos diariamente.
Cuando vemos a una persona haciendo un trámite en el banco, tomando una clase de gimnasia o haciendo compras, no dudamos de que lo que está haciendo es algo útil, necesario, de lo cual incluso puede sentirse orgullosa. Sin embargo, en un análisis más pormenorizado, podemos llegar a descubrir que esa persona está huyendo de otra cosa. Por ejemplo, quien está en el banco evita su clase de gimnasia, la persona que está en el gimnasio huye de ir al supermercado y la que está en el supermercado en realidad se está escapando de un trámite bancario. No se trata de “huidas” graves, con consecuencias definitivas, pero sí son situaciones en las que se está evitando otra situación más apremiante. Quien está en el supermercado en vez de ir al gimnasio, tal vez está comprando alimentos que sabe que engordan, yendo en contra de su intención de bajar de peso. Si esto ocurre una o dos veces, no pasa nada. Pero si se vuelve recurrente, puede representar un problema. Lo mismo ocurre en el caso de la gente que huye de los trámites bancarios, pero hace compras indiscriminadamente, sin prestar atención a cuánto dinero le queda para, por ejemplo, pagar servicios indispensables.
Estos escapismos no se parecen a aquellos más evidentes, como los de quienes se refugian en una adicción para huir de sus conflictos. Aquí se trata de huidas mucho más sutiles. Es valioso preguntarse “¿de qué me estoy escapando?” cuando nos encontramos en una situación como las que describimos antes. Si, al hacernos esta pregunta, algo nos “hace ruido”, es porque, efectivamente, estamos dejando algo de lado. Podemos engañar a todo el mundo, menos a nosotros mismos. La respuesta no es uniforme; depende de los valores y las prioridades sociales, laborales, familiares y económicas de cada persona. Si alguien está cocinando en vez de repasar para un examen, no está teniendo en cuenta su prioridad, que es aprobar ese examen. Entonces, lo siguiente a indagar será el porqué.
La intención de este texto no es sembrar sentimientos de culpa, sino arrojar luz sobre este mecanismo de evitación que estamos utilizando para poder buscar, de ser necesario, ayuda para resolver aquello que nos cuesta. Por ejemplo, quien no sabe hacer trámites bancarios puede pedirle a un amigo o familiar que los haga en su nombre.
También existen personas que viven haciendo larguísimas listas de tareas por hacer y, en su afán de cumplir con todas, nunca dejan un espacio para lo que aman, lo que disfrutan. En vez de no poder conectarse con el deber, como en el caso anterior, no logran conectarse con el placer.
Otro tipo de autoengaño tiene que ver con las expectativas que tenemos sobre los sentimientos ajenos. Por ejemplo, una pareja convive con el padre de uno de sus integrantes, que es abiertamente homofóbico. El yerno se desvive por atender y complacer a su suegro, pero no logra que este acepte la relación y la convivencia sea armónica. El problema no es que el yerno haga algo “mal”: es su condición de homosexual. Sin embargo, mantiene infructuosamente la esperanza de aprobación. Se trata de expectativas que el suegro no está dispuesto a cumplir. A veces, alimentar esperanzas vanas puede ser contraproducente, porque quita mucha energía que podría volcarse en otro ámbito, por ejemplo, en el vínculo de la pareja. Además, sostener esas expectativas nos coloca en un lugar de vulnerabilidad y de sumisión que no nos deja avanzar. Es impresionante la fuerza y la independencia que recuperamos cuando ya no “pedimos peras al olmo” y nos ajustamos a la realidad. Si más tarde el cambio ansiado nos sorprende en forma repentina e inesperada, la situación será de doble alegría.
Algunos tipos de autoengaño abarcan toda una zona de nuestra vida, por ejemplo, la laboral. Hay personas que no logran tener éxito en los diversos trabajos que tienen y culpan permanentemente al entorno, ya sea la situación económica, el contexto político, sus compañeros, etc. Más allá de que estos obstáculos son reales y todos los padecemos (más aún en el contexto actual de la pandemia), si todos los emprendimientos de una persona fracasan y solo puede responsabilizar al afuera, cabe preguntarse si no estará autoengañándose, negándose a ver su parte de responsabilidad en estos fracasos.
La posibilidad de tramitar estos autoengaños en terapia depende de la capacidad del paciente de cuestionarse. Como ya dijimos, son mecanismos muy sutiles, no siempre evidentes, que pueden escapar al “radar” del terapeuta. Entonces, lo fundamental es que, primero, el paciente sea sincero consigo mismo. En segundo lugar, que pueda manifestar en las sesiones estas evasivas, que generalmente esconden temas más profundos a tratar. Por eso es tan importante desenmascarar los autoengaños, para ver lo que hay debajo de la máscara.