¿Qué hacer cuando sentimos que una pareja, un hijo o una madre debería comenzar una terapia, y se resiste?
El modo en que una persona comienza una terapia es muy variable. Cada cual llega como puede. A veces se empieza un tratamiento con prejuicios, resistencias y temores. Todo eso no reduce la calidad terapéutica posterior. Si el paciente llegó al consultorio, es porque ya comenzó a luchar para vencer su desconfianza.
Pero, ¿qué sucede cuando nos encontramos en la etapa anterior y la persona se resiste a hacer una primera consulta? ¿Se la puede convencer?
Todos aquellos que tuvimos una buena experiencia terapéutica solemos recomendarla con efusividad. Desplegamos una serie de logros alcanzados como si fueran trofeos que pueden ayudar a otra persona a dar el paso de iniciar su propio análisis. Describimos la personalidad del terapeuta para reforzar nuestro consejo.
Sin embargo, hay veces que esto no alcanza. Lo que nosotros vivimos no es suficiente para que la otra persona se decida. ¿Qué hacer entonces?
Es importante recordar que todos somos diferentes. Eso significa que si a diez personas les preguntamos por qué hacen terapia y para qué les sirve hacerla, vamos a recibir diez respuestas distintas. Con el rechazo a la terapia sucede lo mismo. Cada persona va a priorizar un argumento diferente, va a alegar una combinación de opiniones distintas. Por eso, lo que hay que hacer es averiguar cuáles son las razones que llevan a la persona a rechazar la terapia.
¿Es porque le avergonzará decir que hace terapia? ¿Es porque piensa que la terapia es una pérdida de tiempo? ¿Es porque cree que la amistad suple la terapia, o que un buen libro de autoayuda le alcanza, o que en internet encontrará las respuestas? ¿O quizás opine que ir a terapia es un derroche de dinero? ¿O que alguien desconocido no podrá comprender sus problemas?
¿O tal vez su conflicto le parece poco importante como para recurrir a un psicólogo? Podría sentir, por el contrario, que su dolor es tan grande que no tiene consuelo posible, como cuando se pierde a un hijo. ¿O habrá tenido una mala experiencia terapéutica? ¿No será que toda su vida escuchó a sus padres decir que no “creen” en la terapia o que existe el autoanálisis?
Mi reciente libro A terapia ¿yo? (Editorial Del Nuevo Extremo) es una guía práctica que describe cómo funciona la terapia. La intención es allanar el camino, derribando los obstáculos que impiden acceder a la terapia. Si le decimos a una persona que siente vergüenza de hacer terapia, que no tiene que sentirse con la obligación moral de comentárselo a nadie, tal vez se anime a intentarlo.
O, si la persona que piensa que la terapia es un gasto innecesario de dinero, puede entender que muchas veces lo que no se invierte hoy en prevenir o solucionar, multiplica los gastos en el futuro, entonces podrá desarticular sus bloqueos con verdades que proceden de la experiencia y acceder a una primera entrevista.
Terapia y adolescentes
Un adolescente, por ejemplo, puede pensar que lo que él cuente en sesión será revelado a sus padres: en este caso hay un desconocimiento de lo que se denomina “secreto profesional”. O puede creer que la terapia será una “clase” más en la que le van a decir lo que corresponde hacer y lo que no. Nada más lejano a la realidad.
Es importante darle espacio al adolescente para que se conecte con el profesional, prometiéndole que, si éste no llega a ser de su agrado, se buscará otro terapeuta. Es muy importante que fluya una corriente de simpatía entre ambos. De nada vale la trayectoria de un profesional o la confianza que le tienen sus padres, si entre el adolescente y el terapeuta no se establece una conexión.
Salir de la zona de confort
En el ámbito de la pareja es, quizás, donde más inconvenientes aparecen: puede ocurrir que el rechazo provenga del miedo a salir de la zona de confort o del temor a descubrir realidades dolorosas. Otras veces existe la convicción (errónea) de que el terapeuta nos obligará a hacer algo que no queremos, o que la terapia pondrá en duda una decisión ya tomada.
Es fundamental que la persona defensora de la terapia no se coloque en el lugar del “saber” o de la “verdad”, porque esa actitud siempre es contraproducente. Así como no es bueno desvalorizar la terapia, tampoco es bueno caer en la actitud de rechazar a los que la rechazan, porque impide el diálogo.
Es importante destacar siempre que el terapeuta no nos va a “manejar”, sino que nos va a asistir para que nosotros tomemos las riendas de nuestra vida y así elijamos qué rumbo tomar.
“A esta altura de mi vida…”
Con respecto a las personas mayores, existen dos prejuicios que se complementan entre sí: por un lado, el de los más jóvenes que creen que las personas mayores no quieren o no pueden cambiar y, por el otro, el de la misma gente mayor, que piensa: “A esta altura de mi vida, no tiene sentido empezar una terapia”.
Sin embargo, está comprobado que la terapia sirve a cualquier edad. En mi práctica profesional, recuerdo a un rumano que empezó a analizarse por primera vez a los 90 años de edad; fue una experiencia maravillosa.
Funciona
Hay algunas excepciones: existen patologías que no responden a las terapias. Son casos extremos en los que la persona es incapaz de evaluarse, de arrepentirse y jamás siente culpa: es lo que sucede con las psicopatías, que conforman un tema aparte.
Para todos los demás casos, la terapia funciona como un traje a medida. Y del mismo modo, los pasos previos a iniciar la terapia deben ser personalizados. Conocer el andamiaje de las actitudes que descalifican la terapia nos da una pista de cómo desarticular esas resistencias.
No olvidemos que toda actividad nueva, por el solo hecho de ser desconocida, genera ansiedades. Esas ansiedades muchas veces se ocultan detrás de la desvalorización. Denigrar a los psicólogos permite mantenerse lejos sin necesidad de averiguar de qué se trata la psicología.
Nuestro psiquismo está conformado por varias fuerzas que están en conflicto, la idea es generar empatía con la parte de la persona que necesita ayuda y que no sabe cómo pedirla o dónde encontrarla. Por último, es necesario darle tiempo a la persona y decirle que pruebe yendo a algunas sesiones, para luego decidir qué hacer.
Por la psicóloga Diana Hunsche, especialista en duelos, autora de “A terapia ¿yo?”, de la Editorial Del Nuevo Extremo.
______________________________
Artículo original: https://www.clarin.com/relaciones/-puede-convencer-alguien-ir-psicologo-_0_gwEo4jOmS.html?fbclid=IwAR13vUq1yT3ONAZqWGio8kw2t1OiBNJ2LsaB0x_244xeLlfpOp93JWXk6X8