En este día, unas reflexiones y vivencias personales de Diana Hunsche, psicóloga y autora del libro: “A terapia ¿yo?».
Establecer un día internacional para conmemorar algo, es crear intencionalmente un recordatorio con la idea de sensibilizar y generar conciencia comunitaria. Hoy, 3 de diciembre, se celebra el día mundial de las personas con discapacidad. La ONU lo estableció así en 1992 para darle visibilidad a la más grande de las minorías del planeta.
El concepto de discapacidad evolucionó con el tiempo. Anteriormente el modelo biomédico rehabilitador se centraba en el estado de salud de la persona. Actualmente esta visión se amplió e incluye también lo social: el foco está puesto en las barreras físicas y de actitud que restringen innecesariamente su integración con el entorno. Según esta nueva concepción, una persona con discapacidad es aquella que, teniendo una o más deficiencias físicas o psíquicas, (en forma transitoria o permanente) al interactuar con diversas barreras presentes, ve impedida o restringida su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás.
A las dificultades propias se suman, en muchos casos, la discriminación social y la ausencia de una legislación adecuada. Las personas con discapacidad son más vulnerables a la violencia, condición que se agrava cuando se trata de niños. La idea es, entonces, generar más recursos para facilitarles el acceso a la educación, al mercado laboral, a la información, al transporte, al mundo deportivo.
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, aprobada en 2006 y firmada por 180 países dice: “La accesibilidad y la inclusión de las personas con discapacidad son derechos fundamentales.” El objetivo es eliminar obstáculos para que las personas con discapacidad puedan llevar socialmente una vida independiente y participativa.
Como homenaje, quisiera compartir la siguiente vivencia personal: durante mi adolescencia me presenté para ofrecer ayuda gratuita en el Instituto Román Rosell de San Isidro. Me asignaron la tarea de darle clases a un no vidente en las materias de geografía e historia para que pudiera terminar la secundaria. Se llamaba Efraín y era un poco mayor que yo. Durante el verano fui todas las mañanas de lunes a viernes y, de a poco, fue surgiendo una amistad que duró años. Un día me invitó a asistir a un partido de fútbol entre no videntes. Compartí la tribuna con muchos otros no videntes que sin embargo reaccionaban igual que cualquier fan. La paradoja era que yo podía verlo todo y, sin embargo, era Efraín el que me explicaba lo que sucedía frente a mis ojos porque yo no sabía nada de fútbol. Los jugadores usaban una pelota que contenía cascabeles que los orientaba por el sonido. Los arqueros eran los únicos videntes de la cancha. Nunca olvidé la experiencia de ver un gol de un no vidente a un vidente. Efraín aprobó los dos exámenes, pudo terminar la secundaria y trabajó toda su vida atendiendo en el kiosco de un ministerio, donde lo fui a visitar. Años más tarde me invitó a su boda en una iglesia de Vicente López. Efraín se casó con una no vidente. Tuvieron dos varones, ambos videntes. Una historia maravillosa y ejemplar.
Durante la pandemia, las dificultades se acentuaron para todos. En mi práctica de psicóloga, las cosas se complicaron aún más para aquellas personas que tienen familiares con trastornos graves viviendo en hogares. ¿Cómo le explica una madre a la hija que tiene un retraso mental, que no la puede visitar por la existencia de un virus? ¿Cómo lograr que esa hija comprenda que la madre no la está abandonando? ¿Cómo evitar que se angustie por la ausencia? ¿Cómo decirle que la suspensión de las visitas se debía a una situación de fuerza mayor? Un desafío conmovedor. La solución fue buscar una explicación equivalente que la hija sí pudiera entender sin dificultad y que no le causara ansiedad, porque era un argumento conocido: la madre le dijo que estaba trabajando más de lo habitual, cosa que era cierta, pero que no era el motivo verdadero de su distanciamiento. Y ni bien pudo visitarla, se reanudaron los encuentros.
Esto nos permite concluir que todas las personas y situaciones en la vida contienen enseñanzas secretas para quienes están dispuestos a aprender.
Diana Hunsche, psicóloga. Trabajó con el Dr. René Favaloro en el Sanatorio Güemes, en obras sociales (Medicus y DKV), en el Hospital Zubizarreta y para SERPAJ. Su formación es ecléctica: si bien el psicoanálisis fue su punto de partida, también ha incursionado en otras escuelas. Se especializó en Psicogenealogía con el Lic. Tobías Holc en FundaPsi. Allí dirige la revista online “PsicoHerencias” en la que colaboran eminencias internacionales. Diana Hunsche atiende en cuatro idiomas: castellano, alemán, inglés y portugués, y es psicóloga recomendada por las Embajadas de Alemania y de los Estados Unidos.
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Artículo Original: https://www.filo.news/salud/Dia-mundial-de-las-personas-con-discapacidad-20211203-0021.html