Existe una tendencia generalizada a menospreciar cualquier manifestación de enojo. Quienes piensan que “no se enganchan” suelen creer que son más ecuánimes. Sin embargo, los enojos reprimidos pueden terminar estallando en otro momento.
No vale la pena que reacciones”, “si te enojás, es peor”, “soltalo”, “no malgastes tu energía”… ¿Quién no ha recibido alguna vez este tipo de consejos ante una situación en la que estamos por reaccionar con enojo? Y, en el caso de haber reaccionado, es muy común escuchar comentarios posteriores como: “¡no te podés poner así!”, “¡te vas a infartar!”, “¡tenés la mecha demasiado corta!”.
Existe una tendencia generalizada a menospreciar cualquier manifestación de enojo. No nos referimos a la ira que se transforma en violencia, ya sea verbal o física. Hablamos, en cambio, del enojo que todos experimentamos en algún momento, pero que está mal visto porque implica que la situación nos afecta, cuando deberíamos estar por encima de ella.
Quienes piensan que “no se enganchan” suelen creer que son más ecuánimes. Sin embargo, los enojos reprimidos pueden terminar estallando en otro momento, o con otras personas: por ejemplo, alguien que “no se engancha” en una situación laboral que le causa enojo puede terminar desquitándose con su familia, o puede acumular ese malestar en el cuerpo y desarrollar una úlcera. Este desplazamiento de energía hacia otro ámbito o hacia el cuerpo es la prueba de que reprimir la ira no ahorra energía, sino que la agota.
Es importante saber que el enojo, aunque tiene mala prensa, debe vehiculizarse. Reprimirlo, muchas veces, evidencia un miedo profundo al conflicto. Es necesaria la catarsis. Además, se puede orientar hacia algo positivo: plasmar los sentimientos de ira en una obra artística, por ejemplo, o encauzar el enojo por una injusticia en la búsqueda de equidad. Por eso, siempre es bueno darse cuenta de las situaciones que nos causan enojo, para poder luego canalizarlo de maneras no violentas, poniendo límites claros.
El contexto actual de la pandemia ha generado situaciones inéditas y extremas que para muchos son motivo de enojo y frustración. Sin embargo, esos enojos se tramitan igual que todos los demás.
Reconocer el enojo es legitimarlo, darle entidad, admitir que tenemos derecho de sentirnos así. La terapia es el ámbito en el que podemos trabajar este proceso de legitimación: permitimos que el enojo “sea”, le damos un lugar, no lo negamos ni lo reprimimos. Incluso podemos elaborar los enojos ancestrales, que se transmiten de generación en generación.
La psicogenealogía estudia las situaciones del árbol familiar que reparan indignaciones: si una mujer sufrió la muerte de varios de sus hijos, en las generaciones subsiguientes varios miembros de la familia se dedican a la pediatría. La profesión de curar niños repara, de alguna manera, el dolor por aquellos otros niños que no pudieron curarse.
Una vez que tramitamos el enojo y lo encauzamos en algo positivo, las dos fuerzas opuestas que antes luchaban en nuestro interior (el enojo y su represión) se anulan entre sí y logramos superar el conflicto. Entonces, podemos avanzar y dejarlo atrás.
Uno de los sinónimos de “enojo” es “indignación”: esta palabra remite a lo in-digno, lo que nos resta dignidad. Si las situaciones que nos enojan nos restan dignidad como personas, está bueno reaccionar a ellas para revertirlas.
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Artículo Original: https://www.perfil.com/noticias/opinion/diana-hunsche-al-enojo-hay-que-saber-canalizarlo-no-negarlo.phtml?fbclid=IwAR1YapBV-6bbR2Nvlx2l5mXGZqsa1ejpqywi6VWgFbcrhgI-2-_wlLOg4f0