Algunos logros en nuestra vida tienen que ver con el hacer: ganar una beca, tener un hijo luego de intentos infructuosos, conseguir un buen trabajo, una mudanza que inaugura una nueva etapa (de independencia o de convivencia)… Otros están relacionados con dejar de hacer: renunciar al hábito de fumar, no tomar alcohol u otras sustancias, controlar una adicción al juego… En estas dos categorías hay avances indiscutibles, que no pasan inadvertidos y que todos reconocemos con entusiasmo. En general vienen acompañados de celebraciones familiares o entre amigos, y a veces hasta se conmemoran los aniversarios.
Pero ¿qué pasa con nuestros logros secretos? Hablamos de avances que parecen diminutos, en los que pudimos traspasar un límite interno que hasta ese momento nos resultaba prohibitivo y nos hacía sufrir. Dentro de estos logros secretos, también podemos distinguir entre aquellos relacionados con el hacer y los que implican dejar de hacer. Entre los primeros podemos pensar, por ejemplo, en la decisión de una persona de anotarse en una clase de natación para vencer su pánico al agua. Entre los últimos se encuentran, por ejemplo, las obsesiones o compulsiones por repetir incesantemente determinadas conductas, como lavarse las manos o revisar si está cerrada la llave del gas. El logro sería, para estas personas, dejar de repetir estos actos.
La satisfacción ante estos triunfos no se puede compartir porque tampoco se compartió previamente el impedimento inicial. Nadie va anunciando por la vida sus miedos inconfesables o vergonzantes y es lógico que así sea. Pero la desventaja de no confesar estos temores es que desconocemos la cantidad de personas que padecen lo mismo que nosotros; por ejemplo, dificultades para tomar un subte, un avión, o para subir a una escalera mecánica o un ascensor. Otra manera de ocultar un bloqueo es buscar(nos) excusas que complican aún más la superación: por ejemplo, mucha gente dice que no viaja por apremios económicos cuando en realidad dispone del dinero, pero su verdadero temor es a estar lejos del centro de salud de su obra social, de su casa o de sus familiares. Existen todo tipo de bloqueos: para rendir un examen, para ser puntual, para acercarse a algún animal, para subirse a un escenario o participar de un evento social… Muchos de estos miedos son difíciles de comprender para las personas que no los padecen: por ejemplo, un talentoso guitarrista con buena formación musical puede pasar por una época en que no puede tocar la guitarra. Cuando vuelva a hacerlo, su logro no será a simple vista tan trascendente para quienes lo rodean, porque saben que es perfectamente capaz de hacerlo. Pero para él, vencer el bloqueo será un gran avance.
Lo que queremos focalizar aquí son dos cosas: en primer lugar, que todos tenemos problemas en algún ámbito. No existe la persona que no tenga o haya tenido algún obstáculo interior y cada cual sabe dónde le aprieta el zapato. Esto nos produce el alivio de saber que no estamos solos en nuestras dificultades. Asimismo, no olvidemos que lo que para nosotros es natural, para otra persona puede ser imposible de lograr. En segundo lugar, los bloqueos nos invitan a superarnos, de tal modo que, cuando logremos un progreso, nos felicitemos con genuino orgullo y reconocimiento. Eso puede traducirse en un festejo con los seres queridos, en la compra de algo que nos gusta o en cualquier otra gratificación personal. Todos merecemos ser premiados de algún modo cuando damos un paso más.
Sin embargo, lo que sucede generalmente es lo contrario. Como el obstáculo superado es algo que ante la mirada de los demás resulta básico o “normal”, la misma persona que lo superó tiende a quitarle importancia. Cuando un paciente cuenta en sesión que logró atravesar un límite que, en su opinión, nadie más tiene, su primer comentario es: “Bueno, ¡es una pavada! ¡Tanto lío para esto! ¡No entiendo como no pude hacerlo antes! ¡Esto fue una excepción, seguro que no lo lograré la próxima vez!”. Ante el pasado, aparece la vergüenza o la recriminación por haber tenido ese problema; ante el presente, surge la desvalorización del logro; y ante el futuro, la desconfianza respecto de poder sostener ese logro en el tiempo.
Por eso, en las sesiones, el terapeuta despeja estos comentarios peyorativos y ayuda al paciente a felicitarse. A nadie se le ocurriría criticar un dibujo hecho por una criatura de cinco años, porque para un niño su producción creativa siempre es un motivo de orgullo, y hay que estimularlo. Aquí ocurre algo similar: es válido celebrar porque el halago aumenta, a cualquier edad, la autoestima, que es fundamental para seguir avanzando. Y, como solo nosotros conocemos los esfuerzos realizados, dejemos que en nuestro interior se expandan la alegría, el orgullo y la esperanza.