AMPLIAR EL CONTORNO CORPORAL
Todos tenemos una imagen mental de nuestro cuerpo. Esta no siempre coincide con la realidad, como en el caso de las personas que sufren de anorexia, que se ven a sí mismas con un sobrepeso que no tienen. Toda imagen corporal, distorsionada o no, tuvo una evolución y es el resultado de un proceso histórico que empieza en los primeros días de vida. El bebé, mediante el contacto que otras personas establecen con él, registra el tacto sobre su piel y, de esta manera, empieza a distinguir el límite entre su cuerpo y el de los demás.
Poco a poco, y con el correr de los años, el acto de tocar a otras personas u otros objetos, las sensaciones de calor o frío y otros estímulos táctiles delinean el contorno de nuestro cuerpo, la historia de este “envase” que nos contiene. Por eso, para saber hasta dónde llega mi cuerpo, tengo que poder tocar algo que no soy yo. Así, vamos aprendiendo lo que está afuera y lo que está dentro de nuestro cuerpo.
En el proceso de crecimiento podemos diferenciar fases en las que una persona crece de manera notoriamente acelerada: la primera es desde su nacimiento hasta los 2 años, momento en el que adquiere la mitad de su estatura definitiva. Otra etapa ocurre en la adolescencia, cuando el cuerpo crece más rápido de lo que la mente puede asimilar. Por eso es tan común la torpeza en los adolescentes, que tienen dificultades para calcular distancias. El embarazo es un período en el que la mujer debe poner mucha atención a sus nuevas dimensiones corporales para evitar lastimarse.
En la vida adulta ya tenemos incorporados nuestros límites corporales. Entonces, es una buena idea poder repensar e incluso redefinir esos límites. ¿En qué momentos puede ser beneficioso hacerlo? Un ejemplo es cuando queremos aprender a tocar un instrumento musical. Si nos proponemos sentir al instrumento como una prolongación de nuestro cuerpo, esto nos permite perderle el miedo e improvisar con más libertad. En cambio, si lo percibimos como algo externo que nos pone constantemente a prueba, nuestro desempeño no será tan exitoso. Por eso, en las clases de piano para niños, es bueno permitirles jugar con las diferentes partes del instrumento, tocar las cuerdas, ver cómo funciona, hacerlo sonar de otro modo. Esa interacción los ayuda a relacionarse amigablemente con el piano. Esto mismo se puede trasladar a cualquier otro instrumento musical. Los deportistas pueden aplicar esta técnica en su vínculo con el objeto que usan para practicar su deporte: la raqueta del tenista, el palo del golfista, los esquíes del esquiador, etcétera. Tener noción de esos “contornos agregados” es necesario, por ejemplo, para impedir colisiones. Otro tanto sucede con los oficios o disciplinas artísticas: las herramientas también se convierten en prolongaciones del cuerpo del artesano. Asimismo, una persona que se intimida al volante no puede aprender a conducir un auto. Al ampliar psíquicamente nuestro borde corporal adquirimos mayor fortaleza y seguridad: algo así como pensar que “mi piel se agranda y abarca a mi auto”. Este mismo fenómeno puede trasladarse al que maneja una moto, una bicicleta, un kayak, etcétera.
Las prendas que nos ponemos también modifican nuestro contorno corporal. Todos aquellos que, por ejemplo, usan cascos en una obra, como los albañiles y los arquitectos, tienen que calcular diez centímetros más cuando pasan por debajo de una viga o atraviesan un umbral. Lo mismo sucede con la novia y su largo velo, el cual debe tener en cuenta en cada movimiento que hace. Manipular objetos cuando usamos mangas anchas puede llegar a ser muy incómodo si estas no se incorporan mentalmente. Es muy útil incluir a la cartera o la valija –con todo su contenido– como una prolongación temporaria de uno mismo, para evitar olvidarlas o perderlas. Los anteojos son otro elemento que tenemos que recordar quitarnos a la noche antes de quedarnos dormidos. Estos ejemplos nos muestran que la ropa, el calzado y los accesorios constituyen nuestra “segunda piel”, con la cual es importante sentirnos identificados. Esto también vale para los actores y las actrices que representan personajes de otras culturas, segmentos sociales o épocas: la opulencia del vestuario pomposo los obliga a cuidarse para evitar golpes o heridas, especialmente con los sombreros.
Cuando se produce una modificación de nuestra estructura corporal (por ejemplo, por una cirugía o por una discapacidad transitoria o permanente) tenemos que reaprender nuestros contornos. Hay pacientes que se han colocado prótesis mamarias que luego les resultan “ajenas”, como si no formaran parte de su cuerpo. Más allá de que la cirugía haya sido reparadora o estética, a veces sucede que a nivel psíquico no logran “apropiarse” de ellas. Lo mismo ocurre con los que tienen un brazo o una pierna ortopédica: tienen que elaborar mentalmente la incorporación de ese elemento. Las personas que necesitan un bastón o andador para caminar, o los que por un tiempo llevan un yeso, también tienen que aceptarlo como una continuación corporal. Un capítulo aparte lo constituyen aquellos que se trasladan en silla de ruedas: quedan excluidos de los accesos cuando no existen rampas que lo permitan. Para manejar las sillas de ruedas motorizadas, la persona tiene que tener mentalizadas las dimensiones para evitar accidentes.
Un fenómeno que surge en sentido contrario, es el así llamado “miembro fantasma”: la persona que sufrió una amputación, en un principio, se maneja como si ese miembro amputado siguiera existiendo. Tiene que hacer una adaptación mental que se ajuste a su nueva forma física.
Nuestro hogar también puede ser tomado como una expansión corporal. La disposición de las habitaciones y los objetos, los recorridos que hacemos de un espacio a otro y las tareas domésticas que realizamos involucran a nuestro cuerpo. Este se ajusta permanentemente a cualquier modificación que se realice en ese entorno. Por ejemplo, si en mi mente una cama tiene siempre cuatro patas pero la mía tiene seis, va a ser habitual que me golpee al no tomar en cuenta esas patas adicionales.
Si bien seguimos sabiendo cuáles son nuestros límites físicos, incluir a nivel psicológico un objeto externo “como si fuera” parte de nuestro cuerpo nos permite adquirir confianza y usarlo con mayor prudencia, destreza y creatividad.