¿Te quedaste alguna vez “en blanco” en una situación de examen?
¿Te cuesta memorizar los contenidos cuando estudiás?
¿Te inhibís o desmotivás cuando preparás un examen?
En terapia es muy frecuente la consulta de pacientes que tienen dificultades para rendir exámenes. Los casos son muy variados: están quienes estudian todo (o casi todo) pero no se presentan a rendir; quienes, a pesar de haberse preparado, se bloquean y entregan un examen en blanco o se quedan mudos si se trata de un oral; también están quienes logran rendir y aprobar pero no están satisfechos con el resultado y sienten que podría haberles ido mejor. Otro caso es el de quienes sí obtienen una buena nota, pero al precio demasiado alto de un estrés insoportable.
Aquí ofrezco algunos consejos para los estudiantes, tanto secundarios como universitarios, que se encuentran en alguna de estas situaciones.
1) Los primeros años de cada ciclo educativo son los más difíciles, porque hay que adaptarse a otro ritmo de estudio y a un sistema nuevo. No solo estamos estudiando las materias, sino también la forma de estudiarlas. Pero no hay que pensar que, si tuvimos dificultades en el primer año, todo el resto de la carrera será igual; poco a poco el estudiante se adapta y adquiere destrezas que lo ayudan a avanzar con más comodidad.
2) No conviene pensar en el momento del examen mientras se estudia, sino en el vínculo personal con la materia, más allá de la institución educativa o del profesor que nos ha tocado. Por ejemplo, una estudiante que tiene que rendir Francés puede avanzar en el estudio pensando que siempre quiso aprender el idioma para poder viajar a París en el futuro; así deja de lado el hecho de que la profesora no supo explicar bien la materia o no calificó con justicia las pruebas durante el año. En síntesis, el truco es preguntarse: ¿qué me pasa con esta materia? ¿Qué me gusta o me entusiasma de ella? ¿Qué me puede ofrecer para mi futuro?
3) No asustarse ante la cantidad de textos a estudiar. Se puede planear una lectura gradual, por ejemplo cierta cantidad de páginas por día. Tampoco hay que ponerse mal si no se logra cumplir con la cantidad de páginas diarias, sino ir recalculando sobre la marcha en función de nuestro ritmo de lectura.
4) No estudiar directamente de los libros sino “recodificar” el material en forma de cuadros sinópticos, resúmenes, esquemas, etcétera, en los que se incorporen colores y elementos gráficos que ayuden a memorizar visualmente los contenidos. Además, es bueno practicar leyendo en voz alta e incluso grabarse para luego escuchar la grabación de la propia voz repitiendo los conceptos. También sirve explicarle el tema a un familiar o amigo que no lo conoce: ayuda a simplificar y sintetizar lo más importante para que el otro comprenda. Esto suele bajar mucho la ansiedad y sirve a manera de ensayo para verificar los temas que hay que repasar.
5) A medida que se van memorizando y aprendiendo los contenidos, es útil comparar la situación con un dique que va acumulando agua. Lo bueno de esta imagen es que nos permite darnos cuenta de que el conocimiento no se va: está ahí, a nuestro alcance. En el momento del examen, lo que hay que hacer es “abrir las compuertas del dique” y dejar que los contenidos incorporados fluyan. Esta técnica ayuda a desarmar los bloqueos, que ocurren cuando el estudiante siente que “no sabe nada”, que olvidó todo lo aprendido. El agua del dique no desaparece: permanece allí hasta que las compuertas se abren. La sensación que se experimenta al compartir de este modo el conocimiento es de alivio y sumamente placentera.
6) Durante el examen es útil imaginar al docente como si fuera un niño que ignora todo lo que le vamos a explicar. Esto ayuda al estudiante a no sentirse abrumado ante el peso de la autoridad del profesor y la institución, y en cambio le permite explicar con lujo de detalles y con distintas herramientas todo lo aprendido.
7) No priorizar las expectativas de los padres por sobre las propias al momento de rendir. No se estudia para “conformar” a otros; en un examen (o una entrega de un trabajo práctico) estamos dando, entregamos nuestros conocimientos, brindamos nuestra propia riqueza, no algo que los demás exigen de nosotros como “retribución” a cambio de otra cosa.
8) Humanizar a los profesores; recordar que ellos también llegan al momento del examen con el cansancio de haber transitado toda la cursada. Esforzarnos para escribir de manera legible o expresarnos oralmente con claridad son modos de asegurar la atención y el interés del docente.
9) Confiar en el inconsciente, que va a estar trabajando para ayudarnos a recordar esa palabra o esa definición que olvidamos. Lo mejor es no “trabarse”, sino seguir hablando o escribiendo sobre lo que sí se recuerda, hasta que aparezca en la memoria lo que faltaba.
10) Para recordar palabras difíciles o fórmulas, es bueno establecer conexiones absurdas o graciosas; por ejemplo, para aprender los verbos irregulares en un idioma, se puede inventar una historia en la que esos verbos aparezcan como acciones que realiza un personaje en un determinado orden.
11) Para todas las carreras, el mejor consejo es no cargar con el peso de no defraudar al profesor, a la facultad o a la carrera, sino pensar en cuando ejerzan la profesión y puedan aplicar los conocimientos.
Cada estudiante tiene que investigar y probar cuáles estrategias le resultan más eficaces, o inventar las propias. Esto incluye también descubrir cuántas horas de sueño hacen falta: hay quienes pueden quedarse toda una noche sin dormir antes del examen y quienes necesitan sí o sí descansar al menos un par de horas. Además, hay que saber que, mientras dormimos, seguimos elaborando los conocimientos estudiados.
Lo importante es que las técnicas de estudio personalizadas sirvan para “destrabar” los miedos, la excesiva idealización del lugar del docente y la falta de confianza en la propia capacidad. Y sobre todo, recordar que la recompensa por el estudio no es solo una nota en una libreta o un boletín sino también el acceso a nuevos conocimientos y formas de pensar.