¿Encontrás en los demás una tendencia a buscar excusas para todo?
¿Sentís que hay verdades tuyas que te cuesta encarar?
¿Creés que algún secreto familiar influye en tu presente?
Lo no dicho se asocia con el silencio. Solemos creer que el obstáculo para llegar a una verdad es callarla, que el silencio es lo que nos separa de la verdad. Pero, a veces, lo que ocurre es que la verdad no está silenciada sino tapada por muchas otras palabras que funcionan como obstáculo: generan capas que la aíslan mediante negaciones, evasivas, descalificaciones, etcétera. Con el lenguaje no solo podemos engañar a otros, sino fundamentalmente a nosotros mismos. Entonces, ocurre la paradoja de que lo que decimos no siempre “dice”. Usamos el lenguaje no para revelar, sino para ocultar lo que sentimos.
Lo primero que hay que hacer para llegar a la verdad es retirar todas las capas de palabras que la niegan, la minimizan, la reemplazan o la ocultan. Es como lo que hacemos cuando vamos a restaurar un mueble: antes retiramos las capas viejas de barniz o pintura, para dejar al descubierto la madera desnuda y devolverle al mueble su aspecto original. Traslademos esta metáfora a una situación de la vida cotidiana: cuando una relación de pareja se termina, puede ocurrir que uno de sus integrantes le eche la culpa al otro con toda una serie de argumentos, que hasta pueden ser ciertos. Pero en realidad, simplemente ya no siente amor por él o ella. Entonces, todos esos reproches y pases de factura no hacen más que enmascarar y esconder esa cruda verdad: “ya no te amo”.
La terapia es uno de los vehículos más eficaces para detectar nuestras verdades. Se trata de una ética basada en la búsqueda constante, por más doloroso que sea lo que vayamos a encontrar. En el ejemplo anterior, la persona que recibió los reproches puede llegar a creer que, si modifica sus conductas, el vínculo se reparará; pero en realidad, el otro integrante de la pareja ya no tiene interés en repararlo.
Una vez que se logra llegar al núcleo de una verdad, el siguiente paso es respirar hondo y prepararse: se requiere mucha valentía para encarar y aceptar lo no dicho que está aflorando. Decir, tanto a otros como a nosotros mismos, algo que no nos animábamos a reconocer, trae consecuencias y casi siempre son dolorosas, pero también liberadoras. No se vuelve nunca al estado anterior: vamos a tener que tomar cartas en el asunto y resolver lo que ocurre. La pareja de nuestro ejemplo va a tener que pensar qué hacer con el desamor que uno de sus integrantes logró manifestar. Ya no hay marcha atrás.
Por otro lado también hay que saber que, en algunas situaciones, no está mal callar u ocultar ciertas cuestiones menores, para no lastimar a otros. Hay verdades que hieren inútilmente y nada se resuelve con revelarlas. Si por ejemplo inventamos una excusa para no asistir a una reunión porque no tenemos ganas, no tiene nada de malo ocultar nuestro desgano para no herir a quien nos invitó. Son filtros que todos usamos en algún momento de nuestra cotidianidad. Lo que sí daña, y mucho, es ocultarnos a nosotros mismos las grandes verdades, que son las que estamos tratando aquí.
¿Qué sucede cuando tomamos conciencia de lo no dicho? El primer efecto es como una bomba; a ese estallido inicial le suceden muchos detalles que antes no percibíamos, o que no asociábamos con esa verdad, pero que ahora afloran para confirmarla. En la pareja de nuestro ejemplo, puede suceder que esa relación estuviera destinada al fracaso desde el comienzo, porque el integrante que ahora quiere separarse no superó nunca una relación anterior. Entonces, los reproches a su pareja actual en realidad se basan en compararla con su ex. Si bien es muy doloroso darse cuenta, resulta un alivio darse cuenta de que a cualquier otra persona en ese lugar le habría pasado lo mismo: siempre existiría la comparación desfavorable.
Lo no dicho puede ser muy traumático; por ejemplo, una adopción ocultada por toda la familia. En terapia se escuchan muchas historias en las que la verdad aparece en los últimos momentos de la vida de alguien. Esto siempre es mejor que llevarse los secretos a la tumba. La pregunta entonces es: si la verdad es liberadora y se puede ayudar al otro a sobrellevarla, ¿por qué esperar al final de la vida para decir lo no dicho?
Como siempre estamos resignificando nuestro pasado, ocurre a veces que podemos completar y fortalecer nuestra verdad. En los árboles genealógicos suelen aparecer grandes verdades no dichas que, una vez conocidas, sustentan las nuestras. Por ejemplo, una persona que decidió convertirse en chef descubre que su bisabuela, a quien no conoció, era excelente repostera. La verdad sobre su vocación se fortalece, entonces, con esta verdad no revelada hasta ese momento.
Así como lo no dicho puede enfermar, visibilizar una verdad oculta nos lleva a la sanación. La terapia puede empezarse en cualquier momento de este proceso: cuando aún no sabemos lo que sucede, cuando ya sospechamos, en el momento en que descubrimos esa gran verdad o cuando ya estamos lidiando con las consecuencias. No importa cuándo se produzca la revelación, lo importante es decirnos lo no dicho y trabajarlo sin máscaras y sin miedo.