¿Cuánto hace que no elogiás a algún ser querido?
¿Sentís que, ante tus logros, tus allegados nunca te elogian?
¿Sentís que los elogios que recibís no siempre son sinceros?
La palabra es una herramienta poderosísima que muchas veces ignoramos: puede construir o destruir, puede acariciar o lastimar. Las palabras de quienes nos han criado nos nutren de la misma forma que el alimento: todas las definiciones o calificaciones que hemos recibido en nuestra infancia quedan “tatuadas” de manera indeleble en nuestra personalidad. Sin embargo, tal como ocurre con los tatuajes de la piel, que pueden cubrirse con otros cuando ya no nos gustan, podemos cubrir las palabras que nos dolieron en nuestra infancia con otras que nos empoderan. La terapia nos ayuda a redefinirnos y reinventar nuestra vida sobre nuevas bases.
Los adultos estamos acostumbrados a elogiar cualquier producción infantil (por ejemplo, los dibujos), porque sabemos lo importante que es cuidar y favorecer la autoestima de los niños. Sin embargo, muchas veces se usan con ellos (con o sin mala intención) palabras que los lastiman profundamente e impactan en su desarrollo. Por ejemplo, decirle a un nene “sos un vago” porque hoy no hizo la tarea de la escuela, es una generalización injusta.
¿Qué pasa con los elogios hacia las personas adultas? En general pensamos que, por ser “grandes”, ya no los necesitan para seguir sosteniendo su autoestima. Creemos que el éxito mismo es suficiente para incentivarlos. Sin embargo, no alcanza. Incluso aquellos que han tenido una infancia feliz, con mucho estímulo familiar, pueden sufrir un quiebre en su autoestima en la adultez, debido a alguna situación desestabilizante o al maltrato de otra persona.
Así como las células de nuestro cuerpo se renuevan continuamente (por ejemplo, las de la piel), nuestra autoestima no es estática: va mutando a lo largo de nuestra vida, con altibajos para los que tenemos que estar preparados. Un fracaso en un examen o un revés laboral son situaciones que pueden “agujerear” la opinión que tenemos de nosotros mismos: al reprobar el examen, podemos pensar que en los próximos también nos irá mal. Sin embargo, en muchos casos el problema no es nuestro sino del entorno: tal vez la profesora no explicó con claridad los temas o hizo preguntas capciosas.
La psicogenealogía nos enseña que existe una “contabilidad afectiva” familiar, que reconoce mediante el elogio lo que cada uno hace. Cuando no existe esta “recompensa”, la autoestima se quiebra. Por ejemplo, si una mujer se ocupa de atender a su madre anciana pero sus hermanos, en vez de elogiarla y agradecerle, solo le señalan que la cuida porque “no tiene otra cosa que hacer”, no solo están descalificando el esfuerzo de la hermana sino que además están cubriendo sus propias falencias como hijos.
Cuando es merecido, el elogio no solo es necesario sino imprescindible: si un hijo consiguió un ascenso en su trabajo, es una injusticia por parte de sus padres no felicitarlo, más allá de que a ellos les guste o no el camino elegido por él.
La cara opuesta sería el elogio que no es honesto: por ejemplo, cuando está teñido de obsecuencia. Suele ocurrirle a quienes ocupan lugares de poder (económico, social, político) que reciben elogios intencionados, cuyo objetivo siempre es obtener algún beneficio, aunque este sea simplemente alardear de conocer a alguien exitoso. Este tipo de elogio es corrosivo; la persona ya no puede distinguir quién se acerca genuinamente y quién no.
Otro tipo de elogio que hace más mal que bien es el indiscriminado: si a alguien le dicen todo el tiempo que es brillante, sin señalarle nunca los errores que comete o que podría cometer, se forjará una imagen engañosa de sí mismo. Es un tipo de autoestima que puede convertirse en soberbia o en delirios de grandeza y excluye la posibilidad de aprender de las equivocaciones.
Independientemente del éxito que tengamos, todos necesitamos ser elogiados sinceramente de vez en cuando, en especial por nuestros seres queridos. El reconocimiento de aquellos que nos aman nos sostiene y nos estimula para concretar nuestros sueños.
Así como es fundamental recibir elogios, también es importante aprender a darlos: hacer un regalo, organizar un festejo son algunas maneras de no dejar pasar un avance en la vida de un ser querido.
Dentro de una terapia, el analista también elogia al paciente cuando progresa en su tratamiento. En el espacio terapéutico se aprende a aceptar y agradecer los elogios, y a acostumbrarse a darlos a otros. La “buena mirada” hacia los logros de los demás es una capacidad que se entrena y que podemos proponernos ejercer a diario.