¿Pensás que en la crianza hay tareas que corresponden exclusivamente a los padres?
¿Sentís que tu manera de ser padre evolucionó con respecto a la de tu papá?
¿Qué aspectos del vínculo con tu papá te gustaría mejorar?
Hoy quiero proponerte un juego: primero, leamos estas frases relacionadas con la maternidad y la función materna. Luego, veamos qué pasa si reemplazamos, en cada una, las palabras “madre”, “maternar” y “maternidad” por “padre”, “paternar” y “paternidad”:
Una madre no nace, sino que se hace.
La maternidad es una vivencia que recomienza en forma diferente con cada hijo.
Al nacer un nuevo hijo, el amor maternal se multiplica sin restarle ni un poco a los anteriores.
El vínculo de una madre con cada hijo es único y particular, aunque la intensidad del amor sea la misma para todos.
No hace falta ser mamá para maternar.
Es posible maternar a alguien que no es nuestro hijo.
Así como cada madre educa a sus hijos, también tiene que poder dejarse educar por ellos.
Cada madre reelabora en forma activa el vínculo que tuvo con su propia madre.
Si bien la maternidad exige una enorme entrega, también implica propiciar la independencia del hijo.
La maternidad lleva a hacer sacrificios impensados o a asumir como propios los sufrimientos de los hijos.
La madre también va a celebrar como propios los logros de los hijos, e incluso de los nietos (en algunos idiomas, la palabra “abuela” se traduce como “gran mamá”).
Como vemos, todas estas frases (que están extraídas de mi texto “Gestar la maternidad”, que podés encontrar en esta página) también “funcionan” si las asociamos con la paternidad. Esto implica una notoria evolución en lo que, para la sociedad, significa ahora el rol del padre comparado con la idea que predominaba hace un siglo.
El padre, históricamente, representa la ley, la autoridad (este es uno de los conceptos principales de la teoría psicoanalítica freudiana y lacaniana). La unión entre madre e hijo en el comienzo de la vida es tan intensa que tiene que existir una fuerza muy poderosa para intervenir en esa simbiosis, de manera que el lazo pueda soltarse (sin romperse) y el hijo pueda empezar a vincularse con un “otro” que no es solamente mamá. El padre establece el “no” pero también, al mismo tiempo, lleva al hijo al encuentro de otros “sí”. Por eso la ley paterna, bien entendida, no es sinónimo de restricción, de arbitrariedad ni de celos ante la relación madre-hijo, sino que es un acto de amor que brinda la oportunidad de salir al mundo. Una función paterna mal entendida sería aquella que pretendiera anular a la madre, que la maltratara o que ridiculizara el vínculo con el hijo.
La diferencia con la idea que predominaba hace un siglo es que ahora, cuando no existe un padre biológico, esa función la puede ejercer, por ejemplo, el trabajo de la madre: si ante la demanda insistente del hijo, la mamá tiene que decirle “no puedo, tengo que trabajar” (o “tengo que estudiar”) establece ese límite, esa distancia que, aunque dolorosa al principio, es saludable para ambos.
Otra diferencia que presenta la idea de paternidad en comparación con otros tiempos es que los padres descubrieron el placer de criar de cerca a sus hijos: bañándolos o cambiándoles los pañales cuando son bebés, llevándolos al médico, participando de los actos escolares… En ese sentido, podemos decir que se ha cometido una gran injusticia social ante tantos padres a quienes se les vedó en el pasado esta posibilidad de vincularse con sus hijos, más allá de ser proveedores materiales. Esto demuestra que hubo un cambio de paradigma muy grande.
Suele verse en terapia que algunos padres que fueron desvalorizados por su pareja delante de los hijos en común, recién pueden restablecer un buen vínculo con ellos luego de separarse. Los hijos pueden ver a su padre de manera directa y ya no con los ojos descalificadores de su madre.
También se detecta en la terapia que muchos padrastros asumen con alegría y generosidad la función paterna que el padre biológico no quiso o no supo desarrollar. Además, padre y padrastro pueden tener un vínculo amistoso, o por lo menos civilizado.
Un signo de estos tiempos es el avance de las familias monoparentales por elección, en las que es el papá el que decide formar la familia (hasta hace poco, era más común que esta fuera una decisión de mujeres y no de hombres). Vemos entonces que surge el deseo que, independientemente de la existencia o no de una pareja, hace que un hombre se proponga ser padre. Otra configuración familiar cada vez más frecuente es la de parejas homosexuales que deciden tener hijos.
La terapia ayuda a entender que nunca es tarde para mejorar, profundizar o incluso asumir una paternidad que no ha podido desarrollarse de manera satisfactoria. Para aquellos que han perdido a su padre, es importante recordar que el vínculo con su recuerdo no muere nunca y, además, va modificándose en forma permanente.
Podemos decir, por último, que la frontera que antes separaba tajantemente lo que “debe hacer” una madre y lo que “debe hacer” el padre se ha desdibujado notoriamente. Esa frontera es ahora mucho más permeable. Esto posibilita que, por un lado, los padres hayan aprendido a valorar más las tareas que antes solo pertenecían al dominio de las madres y que, por otro lado, estas puedan también asumir o contribuir al sostén económico de la familia. Cada cual también se permite disfrutar de lo que antes era territorio exclusivo del otro. A la vez, tanto madres como padres pueden disfrutar de su función sin necesidad de renunciar por completo a sus propias aspiraciones más allá de lo familiar.