¿Alguna vez dejaste inconcluso un proyecto importante?
¿Te frustrás cuando ves que otros terminan lo que vos no pudiste terminar?
¿Sentís que no podés poner fin a una relación?
A todos nos cuesta terminar lo que empezamos, por la ansiedad que nos produce pensar en el después. Sin embargo, poder darle un cierre a ciertas situaciones es fundamental en todos los aspectos de la vida.
Este título tan general puede aplicarse a ámbitos muy diferentes. Un cierre implica terminar algo empezado tiempo atrás que, por algún motivo, permanece inconcluso. Al igual que las heridas abiertas, la falta de un cierre es traumática porque se produce una pérdida importante de energía, del mismo modo que en la herida se produce la hemorragia y se demora la cicatrización. “Cerrar” no es evitar la herida, sino cicatrizarla; lo que no se cierra, sigue doliendo y puede empeorar.
No haber podido terminar los estudios secundarios, por ejemplo, puede ser una situación muy traumática. Por eso es muy positivo terminar la secundaria a cualquier edad. Lo mismo ocurre con una carrera universitaria: una persona que nunca obtuvo su título de arquitecto pero trabaja en el ámbito de la construcción, al momento de habilitar una obra tiene que recurrir a otro profesional que sí tenga el título, para que ponga la firma. Esto le genera un sentimiento de inferioridad que le resulta doloroso.
Si nos cruzamos con alguien que sí pudo lograr un buen cierre en aquello que nosotros no pudimos, nuestra herida vuelve a doler. En vez de funcionar como un estímulo para que nos animemos a terminar de una buena vez lo que empezamos, opera como un castigo: nos culpamos por no haberlo logrado también. Superar este sentimiento requiere compasión hacia nosotros mismos.
Lograr un cierre, aunque no sea perfecto, nos permite redireccionar la vida y canalizar nuestra energía en otros proyectos. Para un escritor bloqueado que no logra terminar una novela pero tampoco puede empezar otra, es mucho mejor terminar la primera, aunque no sea de la manera ideal, para poder encarar la segunda y las que le sigan.
En el plano de los vínculos, muchas veces ocurre que las relaciones que no tuvieron un buen cierre son mucho más difíciles de superar. En ese sentido, es importante saber que siempre se está a tiempo de volver a tener una charla con esa persona con la que nos peleamos.
Un capítulo aparte lo constituyen los duelos, porque el vínculo se interrumpe con la muerte. Pero aun así, en la terapia se puede lograr un cierre que traiga el alivio a pesar de la ausencia.
También hay que saber reconocer cuándo no se puede lograr el buen cierre; a veces, por más empeño que se ponga, no hay posibilidad de diálogo ni de reparación. Entonces el cierre es, paradójicamente, dejar de intentarlo. En este caso no es una renuncia, es reconocer que se hizo todo lo posible.
Discernir cuándo vale la pena esforzarse por lograr un cierre armonioso y cuándo no, es una tarea difícil que la terapia ayuda a realizar. En el análisis se puede aprender a no desperdiciar energía y a aceptar que algunos cierres, aunque inarmónicos, igual nos permiten avanzar.