En general, se asocia la improvisación con lo no previsto, preparado, estudiado o elaborado. De este modo el concepto se vuelve peyorativo, como si nos refiriéramos a algo mal hecho, provisorio (“atado con alambre”) o de poca calidad.
Sin embargo, la improvisación es la esencia misma de la inteligencia. Podemos definir la inteligencia como la capacidad de utilizar recursos o herramientas que ya conocemos para solucionar un problema nuevo, o para plantear nuevas soluciones a problemas ya conocidos.
A veces se asocia la inteligencia con la cultura. Pero una persona puede no tener ni siquiera estudios secundarios y sí una habilidad notoria para resolver problemas. A la inversa, puede haber personas con un nivel intelectual elevado, estudios universitarios y hasta de posgrado, que no pueden aplicar creativamente en la práctica todo lo que aprendieron.
Muchos grandes inventos u obras de arte son producto del aprovechamiento del error. En estos casos se ve claramente que la inteligencia incluye la improvisación. Puestos frente al error, los inventores o los artistas lo toman como un desafío y lo superan de manera creativa.
Todo artista aprende repitiendo lo que otros han hecho previamente: el pianista practica tocando las piezas musicales de otros compositores; el pintor copia obras de otros pintores. Esta práctica constante les da las herramientas necesarias para, luego, generar sus propias obras. Sin embargo, todas estas habilidades pueden ponerse al servicio únicamente de seguir interpretando obras ajenas y no generar nunca algo propio. Hay músicos que son grandes intérpretes, pero no pueden componer. Para lograrlo no basta con la técnica: aquí es donde la improvisación cobra protagonismo.
No estamos señalando aquí que los únicos talentosos son aquellos que pueden improvisar: dos pianistas pueden tocar la misma partitura de Mozart y cada interpretación va a ser única y diferente. Cada uno le imprime su sello personal, su talento. El talento puede existir sin improvisación, como en este ejemplo.
Pero entonces, a la inversa, ¿es imposible improvisar sin talento? No necesariamente. En muchas disciplinas científicas, como por ejemplo en la psicología, la capacidad de improvisar no depende de un talento natural e innato, sino que se puede entrenar. Sí son imprescindibles los conocimientos previos, al igual que sucede con los artistas; pero luego, ese bagaje se puede utilizar creativamente en cada sesión. El terapeuta selecciona entre sus conocimientos teóricos y sus experiencias previas, tal como el pintor elige los colores en su paleta, aquellas ideas que le sirven para interpretar la situación específica del paciente. Del mismo modo, un médico realiza una serie de preguntas y estudios a cada paciente para poder determinar su diagnóstico; los casos más extraños y difíciles lo impulsan a estudiar los síntomas de maneras diferentes para poder tomar las decisiones adecuadas.
Vemos así que la improvisación no es algo menor, sino que requiere de la inteligencia y la voluntad para usar creativamente nuestras capacidades. Si nos detenemos a pensar, todos nosotros improvisamos cada día en muchas ocasiones; por ejemplo, improvisar es abrir la heladera sin saber qué vamos a preparar e inventar una comida con las dos o tres cosas que encontremos allí. Rescatar la improvisación como algo positivo nos rescata del aburrimiento.