Cuando una situación conflictiva “estalla” repentinamente, muchas veces ocurre que, al mirar hacia atrás, descubrimos que hubo señales previas que no pudimos detectar en el momento en que se presentaron. Esto se verifica tanto a nivel individual como social (por ejemplo, en movimientos revolucionarios que se van gestando poco a poco).
En el ámbito de la terapia, a veces el paciente llega cuando el problema ya está instalado (por ejemplo, un caso de bullying escolar). Esto ocurre porque se suelen minimizar esas señales: no se les da importancia o simplemente se cree que las cosas se resolverán por sí solas. Como esto no ocurre, el conflicto crece hasta que finalmente se desata. Este es uno de los riesgos de no interpretar las señales: que se llegue a una situación sin retorno.
Otro riesgo es que, una vez instalado un problema en un ámbito, se produzca un efecto de contagio: las señales no tenidas en cuenta pueden repercutir negativamente en otro ámbito. A veces hay conflictos parentales que llevan a conflictos conyugales; estos, a su vez, generan conflictos laborales que repercuten en lo económico, y así sucesivamente.
¿Qué pasaría si prestáramos más atención a las señales? Probablemente evitaríamos este “efecto dominó”. ¿Cómo hay que hacer para darse cuenta? Si pensamos, por ejemplo, en una enfermedad, el diagnóstico se realiza a partir de los síntomas. El síntoma es la señal que nos permite advertir que algo pasa. En los vínculos ocurre algo similar: por ejemplo, en una pareja, la falta de diálogo sumada a la asexualidad son señales importantes a tener en cuenta. Aunque esto parece obvio, es sorprendente la cantidad de gente que, estando en esa situación, no lo advierte. Desde lo individual, otro ejemplo puede ser una persona que tiene dificultades para levantarse de la cama y hacer sus actividades cotidianas: puede estar en camino a un estado depresivo.
El segundo paso, una vez advertidas las señales, es saber qué hacer para evitar que el conflicto se agrave. La terapia ayuda al paciente a analizar las herramientas con las que cuenta para solucionar el problema. Una persona estresada por sobrecarga de trabajo sabe perfectamente el motivo de su estrés pero no puede dejar de trabajar o tomarse vacaciones extra, sobre todo en medio de una crisis económica. En este ejemplo, el contexto se impone y poco puede hacerse al respecto. En un caso así, la terapia ayuda a que esa persona pueda permitirse algún tipo de gratificación que reduzca el estrés que padece; por ejemplo, alguna actividad creativa, practicar un deporte o encontrarse con amigos. También, aprender a perdonarse cuando las cosas no resultan como quisiera, a pesar de sus esfuerzos.
La terapia es un ámbito en el que interpretar las señales es sinónimo de prevención: cuando se detectan antes de que el conflicto estalle, nos sirven para evitar que ese estallido se produzca (por ejemplo, una pareja con problemas conyugales puede reconciliarse a tiempo). Pero también, cuando el conflicto ya se produjo y no hay vuelta atrás (por ejemplo, un divorcio), analizar retrospectivamente las señales obviadas ayudará a no repetir errores en el futuro.