La importancia de los detalles
Esta semana una paciente me sorprendió con un comentario inesperado. Se trata de una mujer que, desde hace más de treinta años, suele consultarme cada tanto para tratar problemáticas puntuales. Proviene de una familia de la aristocracia húngara; es hija única, sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y vino a vivir a la Argentina siendo muy pequeña, con su madre. Aquí trabajó durante muchos años como secretaria ejecutiva, se casó tres veces y no tuvo hijos.
A pesar de que, como vemos, es una mujer resiliente, emprendedora y con una fuerte personalidad, como tiene más de ochenta años, siempre me preocupa saber que llegue bien a su casa luego de la sesión. Por eso, le pido que me mande un whatsapp cuando ya esté de regreso.
Si bien hemos trabajado en profundidad los temas por los que ella viene a terapia, lo que me dijo esta semana me descolocó: “No sabés lo bien que me hace que siempre me pidas que te mande un mensajito cuando llego”. Por más autosuficiente que sea, mi paciente tiene también su costado frágil, como todos nosotros. Ahí me di cuenta de cómo un detalle mínimo puede hacer toda la diferencia.
Aunque se haya trabajado a fondo un conflicto, al final puede ser que lo que más ayude al paciente sea un detalle al que el terapeuta no dio importancia (como convidarle un café u ofrecerle un almohadón si comenta que le duele la espalda).
De todo el abanico de comentarios o interpretaciones que el analista hace, nunca se sabe realmente qué se lleva el paciente, qué recordará con más claridad. Por eso los terapeutas prestamos atención a toda la situación analítica.