En este texto no nos vamos a referir a la ira que se transforma en violencia, ya sea verbal o física. Hablamos, en cambio, del enojo que todos experimentamos en algún momento pero que está mal visto porque remite a esas actitudes patológicas.
A esto se suma una tendencia a minimizar el enojo (“no es para tanto”), relativizarlo (“hay cosas peores”), negarlo (“pensá en otra cosa”), racionalizarlo (“tiene que haber una buena razón para esto”) o nivelarlo contraponiéndole comentarios positivos (“bueno, pero por otro lado…”). Todo esto debilita y diluye el enojo.
Hay personas que todo el tiempo tratan de aplacar sus propios enojos. Para ello, utilizan toda clase de excusas, como las que mencionamos antes. Quienes piensan que “no se enganchan” en el enojo suelen creer que de este modo están por encima de los demás, que son más ecuánimes. Sin embargo, pueden terminar estallando en otro momento, o con otras personas: por ejemplo, alguien que “no se engancha” en una situación que causa enojo en su trabajo, puede terminar desquitándose con su familia, o puede acumular ese malestar en el cuerpo y terminar desarrollando una úlcera.
Es importante saber que el enojo, aunque tiene mala prensa, puede vehiculizarse hacia algo positivo. Reprimirlo, muchas veces, evidencia un miedo profundo al conflicto. Por eso, siempre es bueno darse cuenta de las cosas o las situaciones que nos causan enojo, para poder luego canalizar este de maneras no violentas, poniendo límites claros. Por ejemplo: tiempo atrás me consultó una paciente que es profesora de yoga y abrió un instituto hace poco. Algunas de sus alumnas (entre las que se encuentran amigas suyas) no pagaban las clases o se atrasaban con los pagos, llegaban tarde, faltaban sin avisar o avisaban a último momento. No solo eso: a veces, hasta hacían comentarios que parecían burlarse de ella (“como te imaginarás, hoy pego el faltazo”). Esto le causaba a mi paciente mucho enojo, pero al principio no se atrevió a reaccionar: consideraba que justamente ella, por ser profesora de yoga, debería estar por encima del enojo, siempre “en estado ohm”. Sin embargo, tener el instituto de yoga representa para ella toda una serie de responsabilidades y, si sus alumnas no cumplen a su vez con sus compromisos, la perjudican. Especialmente en el caso de las que son sus amigas, le resultaba doblemente doloroso que no fueran solidarias con su necesidad de que el instituto de yoga progrese. En las sesiones pudo elaborar la situación, darse cuenta de que su enojo estaba justificado y que tenía todo el derecho del mundo a sentirlo. Luego de esta catarsis, pudo actuar para cambiar la situación: al pedir a sus alumnas que la respeten como instructora, también les estaba pidiendo que respeten al yoga como disciplina. De este modo, no solo mi paciente se benefició sino que también las alumnas pudieron ser más conscientes de los beneficios de su práctica.
Pensemos que uno de los sinónimos de “enojo” es “indignación”: esta palabra remite a lo in-digno, lo que nos resta dignidad. Entonces, si las cosas que nos enojan nos restan dignidad como personas, está bueno reaccionar ante ellas para revertir esa situación. También, recordar esto nos permite distinguir cuáles son los motivos de enojo que podemos pasar por alto (porque no afectan nuestra dignidad) y a cuáles prestarles más atención.