¿Te cuesta manifestar tu opinión ante personas que ejercen un lugar de poder?
Si ocupás un lugar de poder, ¿aceptás la posibilidad de que haya disenso con quienes te rodean?
¿Te estimularon desde tu infancia a pensar y opinar con libertad?
Es muy común pensar que el liderazgo se ejerce únicamente desde la autoridad, es decir, que basta con dar órdenes y vigilar que se cumplan. Este modelo se reproduce en ámbitos tan diversos como la escuela, una empresa o incluso dentro de una familia: siempre hay figuras que ocupan un lugar de poder (docente, jefe o jefa, padre, abuela, etcétera) desde el cual les dicen a otros lo que tienen que hacer o ser. Es el caso de un padre que obliga a sus hijos a estudiar una carrera determinada, o de un docente que establece que para cada pregunta hay una única respuesta correcta: la suya.
Sin embargo, el concepto de liderazgo abarca mucho más que la autoridad: un verdadero líder no se conforma con impartir órdenes, sino que fomenta la independencia de criterio en las personas que lo rodean. Para ello, tiene que hacer el “trabajo” extra de conocerlas, lo cual implica una instancia de aproximación que desemboca en la aceptación de la diversidad. Esto no significa que el líder pierde autoridad, sino todo lo contrario, la obtiene de una forma más profunda que favorece el bienestar de todo el conjunto. Quien está en un lugar de poder tiene que renunciar, entonces, al narcisismo y disponerse a recibir críticas y a reconocer las capacidades de los demás: así, ese líder se convierte en un referente que estimula las potencialidades de cada uno. Todos recordamos con especial afecto y admiración a quienes, por un lado, nos brindaron la oportunidad de pensar y actuar desde nuestra singularidad y, por otro lado, valoraron y aplicaron nuestros aportes.
Veamos ahora la situación desde el lado de quienes rodean al líder (alumnos, empleados, hijos, nietos, etcétera). Si estas personas no recibieron el estímulo adecuado o fueron desvalorizados y castigados al emitir su opinión durante su infancia, tendrán más dificultades para exponer su pensamiento. Todos tenemos que hacer un esfuerzo para asumir una postura ante las cosas. En este proceso, aprendemos primero a escucharnos; luego, debatimos con nosotros mismos hasta adoptar una opinión que nos represente. Recién entonces estaremos fortalecidos para dar el paso de argumentar y defender de manera válida nuestro punto de vista, especialmente cuando sentimos que no somos tenidos en cuenta. Por ejemplo: la hija cuyo padre quiere hacerla trabajar en el negocio familiar, tiene que preguntarse si ella está de acuerdo con esa idea, sabiendo que será infeliz si hace algo que no le gusta. Tiene que animarse a separar la lealtad de su propio deseo. Así, logrará descubrir lo que sí le gusta: si su deseo realmente es trabajar con él, lo hará desde un lugar muy distinto al de aceptar una imposición externa. Si su deseo es otro, podrá exponerlo con solidez, demostrándole a su papá que un cambio de trabajo no es una traición a la familia sino la decisión de seguir un camino propio.
La interacción enriquece y sincera los vínculos. El entusiasmo es un factor que aumenta la potencialidad de cada cual en su función. Desde el lado del líder es bueno “no creérsela”: es bueno ejercer la autocrítica, reconocer el talento ajeno y valorar la crítica ajena (cuando es constructiva). Desde el lado de quienes rodean al líder, es importante sostener la libertad de pensamiento con autoconfianza e ingenio.