¿Te cuesta reconocer que necesitás ayuda?
Cuando alguien te ofrece ayuda, ¿te cuesta aceptarla?
Cuando te ayudan, ¿te cuesta agradecer?
Aunque no lo parezca, recibir ayuda es un tema mucho más complejo de lo que creemos. En primer lugar, es necesario reconocer que tenemos una carencia; esto nos coloca en un lugar de vulnerabilidad que a muchos no les gusta, porque sienten que dependen de otros. Aquí entra en juego la soberbia: por ejemplo, una mujer mayor que tiene dificultades para caminar puede negarse a que la ayuden a bajar una escalera. Podríamos resumir esta actitud con la frase: “Yo puedo solo/a”.
Otra razón para rechazar la ayuda de otros es el autocastigo: sentir que no merecemos el bienestar que podríamos recibir, porque nos genera culpa. Aquí la frase sería: “Yo no me merezco estar mejor”. Una variante sería cuando la persona en realidad no quiere salir de la situación en que está: “Yo no quiero estar mejor”.
La vergüenza también es un factor que entra en juego: por ejemplo, una persona tiene que hacer un arreglo en su casa pero no deja que entre nadie porque no quiere que se sepa el desorden en que vive. La idea subyacente es: “No quiero que vean cómo soy/cómo vivo”.
Las personas muy sensibles prefieren quedar desprotegidas con tal de no llamar la atención de otros; creen que pedir ayuda es abrumar o preocupar a los demás. La frase sería: “No quiero molestar”. Estos casos son contraproducentes, porque terminan preocupando aún más a sus allegados.
Un caso similar es el de las personas que son muy altruistas con otros, pero se ponen a sí mismas siempre en último lugar: “Primero los demás, lo mío puede esperar”.
La negación es un factor muy fuerte. La persona que no puede reconocer su carencia es la que dice “Yo no necesito nada”, y entonces rechaza la ayuda. El negador siempre encuentra una explicación racional que avale su actitud. Por ejemplo, cuando comenzó el auge de las redes sociales mucha gente se resistía a usarlas alegando que no eran necesarias y que “alienaban” a las personas. Pero, en realidad, el problema era su falta de voluntad para aprender a usarlas o para pedir a alguien que les explicara cómo hacerlo.
La huida o evasión se diferencia de la negación en que la persona reconoce el problema, pero mira hacia otro lado y evita pensar en él. Por lo tanto, tampoco permite que otros le recuerden esto que está esforzándose por evadir.
El temor a ser ayudado esconde el miedo de descubrir algo peor. Esto es muy común entre quienes se niegan a recibir atención médica, porque temen que les den un diagnóstico grave.
Una figura muy común es la de la proyección: alegar que en realidad quien necesita la ayuda es el otro. Por ejemplo, en una pareja con problemas en su relación, cuando se le hace notar a uno de los cónyuges que necesita ir a terapia, puede responder: “Yo no necesito, sos vos el/la que necesita ir”.
La minimización (“Esto no es para tanto”) se basa en comparar la situación con otras peores para justificar el negarse a recibir ayuda. A veces la minimización está encubierta por medio del sentido del humor: la persona que hace chistes sobre su situación está esforzándose por restarle importancia a lo que le pasa.
La queja es otro recurso: al instalarse en esa actitud, las personas prefieren seguir lamentándose en vez de aceptar la colaboración de otros; además, descalifican esa colaboración, porque sienten que nadie es lo suficientemente capaz de brindarles lo que necesitan, y así se generan hostilidades y resentimientos. La frase sería: “Nadie me puede dar lo que necesito”.
Hay personas muy orgullosas a quienes les cuesta agradecer: piensan que dar las gracias a otros los pone en una condición de inferioridad. Se trata de un tipo de agresión pasiva en la que el pedido de ayuda, cuando no queda más remedio, se manifiesta como una demanda; por eso, cuando piden, tampoco pueden decir “por favor”. La frase que resume esta actitud sería: “Yo no pido, a mí me tienen que dar”.
A veces estos casos se presentan combinados: por ejemplo, orgullo más negación. De cualquier modo, siempre se trata de bloqueos emocionales. La terapia contribuye a desarticular estos andamiajes para que la persona pueda abrirse a recibir ayuda sin padecerla y pueda experimentar la gratitud como un sentimiento saludable y no como una debilidad.