DIFERENCIAR PREGUNTAS DE CUESTIONAMIENTOS
Existen preguntas que se responden con facilidad (“¿Pedimos una pizza”, “¿Cómo te llamás?”) ; no tienen ninguna segunda intención. Podríamos llamarlas “preguntas inocentes”. Dentro de este mismo grupo hay otras preguntas que, a pesar de ser bien intencionadas, pueden resultarnos dolorosas (por ejemplo, que nos pregunten cómo está nuestra mascota, sin saber que falleció recientemente). Nos duelen porque son inoportunas, pero no porque haya animosidad.
En segundo lugar, existe otro tipo de preguntas que enseguida se identifican como cuestionamientos (“¿Te parece que estas son horas de llegar?”, “¿Cuándo vas a ordenar esta habitación?”). En estos casos no interesa saber la respuesta sino que en realidad se está señalando un desacuerdo. Suele ocurrir, por ejemplo, que cuando una persona está atravesando una enfermedad, los allegados le pregunten si hizo tal o cual tratamiento, cuestionando sus posibilidades de curarse si no hace lo que ellos le dicen.
Entre estos dos polos aparece, en tercer lugar, una zona intermedia en la que muchas preguntas genuinas se interpretan como cuestionamientos y generan así malentendidos, discusiones y hasta peleas. La interpretación negativa del receptor de la pregunta se produce porque está especialmente susceptible; por ejemplo, si alguien está atravesando una depresión y por ese motivo no está trabajando, una pregunta totalmente inocente sobre su actividad laboral puede hacerlo sentirse señalado como perezoso o con poca iniciativa. Es muy diferente preguntarle: “¿Estás trabajando ahora?” que “¿Cuándo te vas a poner a trabajar de una vez?”. En el primer caso puede haber un interés sincero y ninguna mala intención. En el segundo, estamos claramente ante un cuestionamiento crítico. La respuesta de la persona depresiva, en cualquiera de las dos situaciones, puede ser aislarse aún más o responder de manera agresiva.
Una cuarta categoría la ocupan las preguntas ofensivas. Se diferencian de los cuestionamientos en que la carga de agresividad ni siquiera se disimula: es explícita e insidiosa, y la intención no es ayudar (como sí puede serlo en el cuestionamiento), sino herir. Lo indignante de estas preguntas es que colocan a la víctima en el lugar de victimario o culpable. Por ejemplo, preguntar cómo iba vestida una mujer violada, insinuando que es responsable de su violación por mostrarse provocativa; o indagar si la víctima fatal de un choque contra un camión con acoplado tenía puesto el cinturón de seguridad, sabiendo que ese detalle no habría evitado su muerte.
Vemos así la importancia de saber preguntar. No nos estamos refiriendo aquí a las preguntas de tipo profesional, como las del médico, el abogado o el psicólogo, sino a las que hacemos en la vida cotidiana. Saber preguntar implica poder ponerse antes en el lugar del otro y evaluar si realmente tiene sentido hacer la pregunta, si solo estamos preguntando para poner de relieve una postura nuestra o para tener protagonismo, si la respuesta que esperamos es verdaderamente necesaria y, sobre todo, si la persona está dispuesta a responder. Un caso aparte lo constituye el periodismo, que requiere de esta misma habilidad al momento de preguntar pero que, a la vez, también admite la pregunta tendenciosa o insidiosa con el objetivo de obtener información.
En síntesis: si preguntamos, pensemos antes de formular la pregunta; de lo contrario, puede ocurrir que resulte ofensiva, aun sin que hayamos tenido esa intención. Y si nos preguntan, también pensemos antes de responder, para no malinterpretar la intención del otro.