DESMANTELAR EL PLAN B
En nuestra vida siempre se nos plantean encrucijadas en las que el camino que elijamos tomar determina y modifica todo nuestro futuro: casarse o no, mudarse a otro país o no, aceptar un trabajo o no, tener o no tener hijos.
Transcurrido el tiempo, cuando miramos atrás puede ocurrir que consideremos que deberíamos haber tomado el camino opuesto al que elegimos o el que nos vimos obligados a tomar. Por ejemplo: un adolescente se va a vivir a otro país con su familia, debido a un cambio de trabajo de su padre. En algunos casos este desarraigo resulta traumático; este adolescente deja atrás a sus amigos y siente que lo han arrancado de su propia vida. Por eso, cada vez que vuelve a su país de visita, ve con tristeza cómo sus amigos siguieron avanzando en un camino del que él ya no forma parte. Siente que la vida que ellos viven es la que “tendría que haber sido” suya. Esta visión no le permite apreciar sus propios avances concretos en su nuevo lugar de residencia, por muy meritorios que sean.
En este caso fueron los padres los que decidieron y el hijo tuvo un rol pasivo. Pero ¿qué pasa cuando nosotros mismos somos quienes decidimos? Por ejemplo, una mujer puede lamentar toda su vida haber terminado una relación de pareja para cumplir con mandatos sociales o familiares.
Más allá de que la decisión tomada haya sido buena o mala para nosotros, si no se asumió y elaboró en su momento de manera profunda, persistirá esta sensación de arrepentimiento como un “comodín”: ante cualquier contrariedad en la vida cotidiana pensaremos “yo me tendría que haber ido del país”, “yo me tendría que haber separado” o “yo me tendría que haber quedado con Fulano”, como si todavía existiera la posibilidad de cambiar de idea, como si, viviendo el “plan B”, aún pudiéramos elegir el “plan A”.
Todos estos ejemplos tienen algo en común: la idea de que estamos exiliados de nuestra vida, que hemos perdido el 80% de nuestras posibilidades de ser felices y tenemos que conformarnos solo con el 20%, “el resto”. Este “resto” nunca está a la altura de lo que podríamos haber tenido. La vida se convierte en un desvío lastimoso respecto del camino que supuestamente deberíamos haber tomado. Hay algo que se detuvo en la encrucijada y convierte a nuestra vida actual en una lucha permanente. Todos nuestros problemas actuales son, a nuestro ver, causados por esa decisión errada tomada tiempo atrás.
En mi práctica profesional he encontrado en muchos pacientes este pensamiento que, cuando es recurrente, se convierte en un síndrome al que denomino “SÍNDROME DEL PLAN B”. Es nocivo porque contamina todos los aspectos de nuestra vida y se vuelve, por eso, debilitante: al pensar todo el tiempo que “si en vez de elegir esto yo hubiera elegido lo otro, hoy estaría mejor”, no nos ocupamos de que nos vaya mejor aquí y ahora.
La terapia es beneficiosa para los momentos de los grandes dilemas: nos ayuda a que, en el momento de tomar una decisión, esta sea consciente y elaborada, conociendo ciertos riesgos y algunas ventajas de cada opción, para después no “pasarnos factura” ni culparnos por lo que decidimos. Si aun así nos arrepentimos, mediante la terapia podemos retroceder hasta el “momento bisagra” para mirar con mayor comprensión y compasión a la persona que fuimos, es decir, entender que en aquel entonces hicimos lo mejor que pudimos. Otra posibilidad es intentar rescatar algo de aquel camino que no tomamos; por ejemplo, reencontrarnos con una persona que dejamos de ver, desarrollar una vocación artística que abandonamos, etcétera.
Lo que podría haber sido también se denomina “realidad contrafactual” y responde a la pregunta “¿qué hubiera pasado si…?”. La estrategia para superar el tironeo entre lo que es y lo que podría haber sido, es reconocer que esta realidad contrafactual no existe: el supuesto “plan A” nunca fue, porque nuestra elección fue otra. Es más, aunque nosotros pensemos que nuestra vida es el “plan B”, en realidad siempre es el “plan A”. Esto significa que no hemos perdido nada, por el simple hecho de que no se puede perder algo que no se tuvo.
Es nuestra imaginación la que nos hace crear e idealizar el camino que no tomamos. Además, no sabemos de qué desgracias nos salvamos por estar donde estamos hoy. Tomando conciencia de todo esto podemos evitarnos mucho sufrimiento y valorar más intensamente los logros adquiridos.