A veces, mientras buscamos algo, nos olvidamos por un instante de lo que queríamos encontrar, con lo cual la búsqueda, repentinamente, pierde todo sentido. Por ejemplo, si mientras cocino me acerco a la heladera para retirar de ella un alimento determinado y, en el trayecto, me distraigo al punto de no recordar el ingrediente, es inútil que abra la heladera. Es preferible releer la receta o volver a la mesada para que retorne a mi mente lo que estaba buscando. Uno va recorriendo la seguidilla de ideas previas al olvido y emprende de nuevo la búsqueda recién cuando recuerda la meta. Este ejemplo nos muestra dos cosas: la primera es que, ante cada olvido, uno vuelve sobre sus pasos para encauzarse y hallar el rumbo; y la segunda es que una de las formas de encontrar algo es saber exactamente qué es lo que estamos buscando.
Por eso generalmente llevamos la lista de compras cuando vamos al supermercado: la intención es priorizar, no olvidarnos de lo imprescindible ni despistarnos con aquello que luego nos reprocharemos haber agregado. Los que lideran supermercados utilizan técnicas pensadas para que no nos ajustemos a nuestra lista inicial y llevemos a la caja más productos de los que en principio habíamos anotado. Las ofertas y promociones, la gran variedad y la disposición de los objetos, las coloridas etiquetas, la incidencia de la luz, todo apunta a la dispersión, distracción y tentación del cliente. Hay veces en que las propuestas nuevas nos llevan a conocer productos que complementan o cubren necesidades hasta ese momento desconocidas. Es decir que el entorno siempre desplegará opciones que impactarán y que funcionarán como imanes para alejarnos de o ampliar nuestros deseos.
Para ordenar nuestras tendencias internas y sortear la multiplicidad externa tenemos, entonces, que definir con precisión nuestros deseos. Es una tarea doble: con nosotros mismos y con el entorno. En nuestro ejemplo, cuando decimos: “Quiero un pote chico de queso crema, bajas calorías, marca tal y saborizado con romero, el de la tapa verde”, vamos de mayor a menor, especificando cada una de las categorías hasta llegar a describir el producto de tal modo que no quepan dudas de lo que queremos.
Frente a cualquier objeto o actividad existen cuatro actitudes posibles. En la primera hay rechazo o indiferencia: se trata de todo aquello que claramente nos disgusta o nos resulta neutral. Por ejemplo: “no me gustan las películas de terror”, “me aburren las exposiciones de pinturas”. Dentro de estos casos, existen algunos en los que el rechazo proviene de una experiencia traumática la cual, una vez elaborada terapéuticamente, nos permite disfrutar de la actividad en cuestión. En la segunda actitud hay placer pero advertimos, al mismo tiempo, que eso no es para nosotros. Por ejemplo, podemos disfrutar una exposición de plástica pero pensamos: “yo no me veo pintando”. La tercera actitud se da cuando reconocemos con claridad que no solamente nos gusta ver cuadros, sino que quisiéramos pintarlos. Sin embargo, aún no asumimos ese deseo: es un deseo velado. Siguiendo con nuestro ejemplo, admiramos cuadros ajenos, incluso podemos ser coleccionistas de arte, pero no nos damos aún el permiso de imaginar una obra con nuestra firma. La cuarta posibilidad consiste en tomarse en serio el deseo, tener la valentía de reconocerlo y darle un lugar –siempre y cuando no sea algo perjudicial para nosotros o los demás–. Si asumimos nuestro deseo de pintar, nos inscribiremos en un taller de arte; vamos a invertir tiempo, energía, dinero y creatividad.
Por eso, antes de seleccionarlos, tenemos que saber bien cuáles son nuestros deseos. Y en este punto es fundamental la exactitud. Cuanto más concisamente definamos nuestro deseo, más posibilidades tenemos de que se nos cumpla: todo lo que dependa de nosotros lo vamos a alinear con mayor acierto y prolijidad. La vida es meticulosa; para probarlo, basta mirar la actividad febril, específica y rigurosa que desempeña una hormiga llevando la hojita a su morada; observamos, también, su total desorientación cuando se la aparta de su sendero.
Es muy importante apropiarse de lo que se desea. Una persona que sabe lo que quiere ya dio el primer paso –el más importante– de su camino.