El título de este texto puede parecer contradictorio. Si decir sinceramente lo que pensamos y sentimos es un derecho incuestionable, ¿por qué entonces habría que “filtrar” esa sinceridad?
A lo largo de la historia, la posibilidad de expresarse ha sido un objetivo, una lucha y una conquista de la humanidad. Desde ya, es valiosísimo ejercer ese derecho. Pero ¿qué pasa cuando lo ejercemos sin tener en cuenta al otro?
Muchas personas se embanderan en su franqueza; expresan lo que piensan en todo momento y lugar, a quien sea, sin darse cuenta de cómo afectan sus dichos a los otros. Si alguien les señala que pueden estar hiriendo o agrediendo, se escudan en su sinceridad para justificarse y acusan de hipócritas o de “tener dos caras” a quienes no son como ellos. Esta actitud evidencia un sentimiento de impunidad: como afirman que se manejan únicamente con la verdad, consideran que nada de lo que digan puede ser malo, “porque es la verdad”. Y si duele, los demás tienen que tolerarlo.
Lo que dicen puede ser completamente lógico y aceptable… pero tal vez no lo sea en determinados contextos o para determinadas personas. Por ejemplo: un hombre, al visitar a un amigo internado por un ACV, le dice: “Esto te pasó por no hacer actividad física”. Incluso si esto fuera cierto, el momento para decirlo no es adecuado (porque el amigo recién se está recuperando); además, echarle la culpa no lo ayudará a mejorar. Sí se le puede señalar, en cambio, que a partir de ahora la actividad física lo va a ayudar a rehabilitarse más rápidamente.
Analizando más a fondo la personalidad de quienes no filtran las verdades, lo primero que podemos notar es que “no tienen ganas” de poner estos filtros. Es una tarea adicional, como la de revisar un examen antes de entregarlo: no todo el mundo está dispuesto a hacerlo a pesar de lo útil que es. Además, consideran una virtud decir lo mismo en todos lados porque así se consideran coherentes con una franqueza a toda prueba: sueltan sus ideas al mundo como si no tuvieran ningún receptor, como si sus pensamientos solo quedaran flotando en el aire. Le “hablan al universo” sin tener en cuenta un interlocutor real. Las personas de su entorno las perciben como inflexibles y duras en sus juicios. En muchos casos inician las oraciones con frases como: “con vos está todo bien, sin embargo…” o “esto me encanta, pero…” o “estoy de acuerdo con vos, aunque…” para terminarlas con un comentario que resulta muy agresivo. Y esto es así porque necesitan decir sin importar quién escucha ni qué siente el otro al escuchar.
La comunicación siempre va dirigida a alguien y por eso es importante filtrarla. Una herramienta que nos permite seleccionar la información es la empatía. No se aplica de la misma manera a todo el mundo, por lo tanto no hay una única “receta”. Los analistas, por ejemplo, tenemos un entrenamiento especial en el uso de la empatía; de otro modo, no podríamos cuestionar determinadas actitudes de los pacientes y, al mismo tiempo, asistirlos en la búsqueda de sus propias soluciones.
Filtrar la verdad no es censurarla: es ponerse en el lugar de quien va a escuchar lo que diremos y entender qué puede causar en esa persona. Hay que tomarse el trabajo y tener la paciencia para buscar el momento y el modo de decir… y también el de callar.