Si se inventara una pastilla que te hiciera olvidar en forma total y definitiva los momentos dolorosos de tu vida, ¿la consumirías? Suena tentador huir para siempre del sufrimiento…
Sin embargo, el olvido de los hechos traumáticos también arrastraría consigo los sucesos buenos enlazados con ellos: he aquí la primera consecuencia negativa. Si, por ejemplo, olvidara una enfermedad que tuve, también eliminaría el recuerdo de la gente que me ayudó a superarla. Además, con el tiempo, se formarían grandes y profundos huecos en la memoria que, a su vez, funcionarían como un imán para atraer nuevos contenidos similares a lo ya olvidado. Siguiendo con nuestro ejemplo, cuando en mi entorno apareciera algo relacionado con aquella enfermedad, también caería en el “agujero negro” asignado a ese tema.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, “olvidar” significa “apartar de la memoria una cosa” y “dejar el cariño que antes se tenía”. Vemos que en esta definición aparecen dos conceptos:
1) El olvido no implica que algo desaparezca, sino que es corrido de lugar: lo olvidado sigue existiendo, pero en otro sitio.
2) El olvido está relacionado siempre con lo emocional: su meta es insensibilizarnos, anestesiarnos.
Esto se ajusta a la teoría de Sigmund Freud: él descubrió la existencia del Inconsciente y lo definió como aquel lugar al que van a parar todos los contenidos olvidados. Es un reservorio enorme de aquello que la Consciencia reprime. Vendría a ser como la papelera de reciclaje de la PC que, a diferencia de esta, nunca podemos vaciar.
¿Para qué quiero olvidar? Para deshacerme de aquello que me lastima con la intención de que no me moleste más. Lo niego y alejo para disminuir su intensidad e influencia. ¿Por qué? Porque siento temor a afrontarlo, me resisto a transitarlo.
No obstante, fue el psicoanálisis el que nos reveló que lo olvidado sigue determinando nuestra vida cotidiana, aun a nuestro pesar. Lo oculto no pierde su fuerza por estar escondido y alejado, sino que sigue influyendo en nuestra conducta sin que nos demos cuenta. Esto sucede porque lo reprimido se las ingenia para surgir a la superficie en forma disfrazada.
Entonces, ya que lo olvidado no pierde su potencia ni puede ser eliminado, intentemos evitar que nos condicione sin nuestro permiso. ¿Cómo? Incluyéndolo en la Consciencia para elaborarlo. Elaborarlo no significa recordarlo constantemente ni tampoco avivar viejos rencores. Todo lo contrario: supone dejar que emerja todo lo reprimido, entender qué ocurrió, analizar el tema para desprendernos del rencor, acceder así al perdón y, finalmente, archivarlo con un nuevo sentido. Un dolor bien procesado nos fortalece. Por eso es importante recordar lo importante que es recordar. La terapia nos ayuda a lograr esta meta de hacer consciente lo inconsciente. Aprender de aquello que nos angustió nos lleva a conocernos mejor, nos ayuda a no repetir errores ni tropezar con la misma piedra, nos permite superarnos y reinventarnos, nos indica cómo impedir futuros sufrimientos.
Somos el resultado de nuestra historia. La estela de nuestro pasado es lo que le da sentido a nuestra vida de hoy. Cada vivencia importante debe encontrar su lugar y su función en nuestra biografía personal. Los recuerdos son los ladrillos que forman y sostienen nuestra identidad actual.
La memoria es como un músculo; cuanto más se entrene, más memoriosos seremos y más capacidad tendremos para seguir recordando. Pongamos atención en registrar fechas, repasar sucesos y establecer relaciones, como cuando miramos una vieja foto y empezamos a deducir –por la vestimenta y el corte de pelo–qué estaba sucediendo en ese momento de nuestra vida. Activar la memoria nos permitirá recuperar nuestra historia y utilizar eficientemente nuestras experiencias.