Los tiempos emocionales son anárquicos, arbitrarios y caprichosos. No se ajustan para nada al reloj. Por eso, los momentos relacionados con el placer fluyen velozmente sin que nos enteremos, mientras que el tiempo de la espera generalmente se vive con ansiedad y se percibe como una demora.
Hay muchos tipos de espera: para quien padece una enfermedad, puede convertirse en una tortuosa dilatación frente a la cadena de análisis y tratamientos que debe afrontar; para los estudiantes, la espera de conocer las calificaciones de los exámenes es angustiante; suele ser crucial para quien aguarda la respuesta del otorgamiento de un puesto laboral; para los amantes del fútbol, la espera se padece antes de un partido (por ejemplo, cuando este definirá la clasificación para el Mundial), durante (los últimos minutos se vuelven eternos cuando el resultado es favorable) y después (la expectativa ante el Mundial mismo). La espera de la llegada de un hijo asume diversas formas: toda mujer que queda embarazada transita una espera que puede ser “dulce” pero igual será prolongada. En el caso de los tratamientos de fertilización asistida, hay tres períodos de espera: el primero contiene todos los intentos previos hasta que se detecta la dificultad para concebir; el segundo abarca los estudios y tratamientos para buscar un embarazo y el tercero es el embarazo mismo.
Hay esperas con y sin fecha de vencimiento. Entre las primeras se encuentra la expectativa antes de una cirugía programada. En estos casos se vive como una cuenta regresiva, en la que el tiempo se mide “al revés” hasta el día señalado, como ocurre en los segundos previos a la llegada del Año Nuevo. Entre las segundas se encuentra, por ejemplo, el tiempo previo a una adopción, durante el cual se ignora cuándo se producirá el encuentro con el hijo deseado.
También existe la espera placentera y anticipada del encuentro con un ser amado. La palabra alemana Vorfreude significa “alegría previa”, y es la que el Principito (de Antoine de Saint-Exupéry) describe diciendo: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro, comenzaré a ser feliz desde las tres”. Sin embargo, lo curioso es que aun esta espera feliz nos llena de impaciencia porque queremos que el encuentro suceda “ya”.
Cuando una situación de espera se combina, por ejemplo, con una fobia, puede llegar a ser des-esperante. Lo que para cualquiera resulta muy desagradable, como quedarse encerrado en un ascensor, para un claustrofóbico, aunque solo sean segundos, es insoportable. La medicación y un abordaje terapéutico son igualmente importantes para disminuir el sufrimiento.
La conclusión es que todas las esperas son lentas desde nuestra mirada subjetiva. Además, todas tienen otros elementos en común: la pasividad no elegida, la angustia expectante, la sensación de pérdida de control y la impotencia.
Estar tan pendientes del paso del tiempo mientras esperamos hace que casi siempre nos “demos manija” imaginando resultados negativos. Por eso, la distracción es de enorme utilidad para transitar estas situaciones: es bueno evadirse y ocupar la mente en otra cosa, sin obsesionarnos con el “cuánto falta”. Una segunda herramienta es la de transformar la pasividad en actividad. En el ejemplo del amante del fútbol, la expectativa por el partido se matiza compartiendo una comida con amigos. Si se está haciendo una fila, la clave está en leer, conversar con alguien, meditar, hacer algún ejercicios respiratorios o físicos imperceptible para los demás. Una tercera opción es razonar con pensamientos que minimicen el motivo de nuestra espera. Por ejemplo, si una pareja aguarda la confirmación de un embarazo ansiado, relativizar la situación sería pensar que lo importante es que se tengan el uno al otro y que, si este intento llegara a fallar, pueden volver a intentarlo. Una vez que llegamos a estas conclusiones apaciguadoras, debemos hacer anclaje en ellas, volver a recordarlas y usarlas como puntos de apoyo. Otro recurso alentador es traer a la mente ejemplos de personas que superaron conflictos semejantes o peores que el nuestro. Asimismo, recordar todos los obstáculos que nosotros ya resolvimos con éxito en nuestro pasado también es una actitud positiva: “Si pude superar tal cosa, bien voy a poder superar esta también”. Otra alternativa es planear cómo será nuestra vida una vez terminada la espera. Y, por supuesto, recurrir a todo aquello que nos conecta íntima y espiritualmente con la esperanza y la serenidad.
El pájaro que se apoya en la rama no teme que esta se quiebre, porque confía en sus propias alas para volar. Padecer demasiado la espera es perder la confianza en el porvenir. Entonces, confiemos ante todo en nuestros recursos internos y también en el futuro. Recordemos que la paciencia todo lo supera y tengamos en cuenta –ya que de contar se trata– que el tiempo –aunque no lo parezca– es nuestro mejor aliado, ya que siempre seguirá avanzando para llevarnos, por fin, al término de la espera.