Muchas personas sienten –algunas a temprana edad, otras más tardíamente– el llamado de una vocación; a veces, incluso, pueden manifestar igual interés por más de una actividad (ver “Abrazar La Vocación”).
Pero ¿qué sucede con aquellos que se entusiasman por tantas cosas diferentes a la vez que no logran elegir cuál prefieren? Cuando llegan a la edad de decidirse por alguna carrera universitaria, un oficio u ocupación, la balanza no se desnivela hacia ninguna actividad específica: pueden sentirse igualmente atraídos por contaduría, plomería, filosofía, hockey, química, yoga, sistemas, ebanistería y gastronomía. Sus intereses abarcan numerosas disciplinas diametralmente opuestas. Si se les diera una larga lista de opciones, no podrían descartar casi ninguna ni reducir sus intereses a dos o tres resultados finales. Son capaces de elegir literalmente veintidós caminos disímiles, lo cual a los demás les resulta, como mínimo, insólito.
Otro caso parecido es el de las personas que sí manifiestan entusiasmo por una determinada actividad, pero no pueden elegir a qué campo de esa actividad dedicarse. Por ejemplo, si una mujer adora coser, su universo de opciones posibles puede incluir hacer arreglos como costurera, confeccionar modelos de alta costura, ser vestuarista para películas u obras teatrales, hacer disfraces, bordar, diseñar indumentaria a nivel industrial, exponer sus obras de arte textil o dar clases.
En ambos casos, estas personas viven la situación como un serio problema, incluso como una discapacidad: primero, porque creen que tener demasiados colores en su paleta está mal, aunque no sea así. Se sienten tironeados simultáneamente por fuerzas que están en conflicto entre sí, inmovilizándolos en el lugar donde están. El resultado es que se sienten abrumados y estancados, con el desgarro interno que produce la imposibilidad de tomar una decisión. Consideran a los que tienen una sola vocación como gente privilegiada porque saben lo que quieren; los observan con cierta envidia y tristeza personal: ante ellos se sienten perdidos y en inferioridad de condiciones porque creen que nunca llegarán a sentir el mismo compromiso y que, si se deciden por una actividad, no van a destacarse como aquellos que tienen una vocación definida.
Generalmente se trata de personas inteligentes, versátiles y creativas. No tienen dificultades para aprender; suelen tener buenas notas en el colegio porque nada les cuesta demasiado. En la vida adulta son los eternos entusiastas, con curiosidad y energía inagotables. Como suelen migrar de una ocupación a otra, los demás –que los catalogan como genios– también los consideran un poco volátiles, cambiantes o despreocupados. Pero es importante que sepan que no deben sentirse culpables ni menoscabados por no tener una vocación. Leonardo da Vinci era matemático, inventor y pintor a la vez (y muchas cosas más). La especialización es algo que históricamente vino con la Revolución Industrial y es una necesidad que muchas veces está impuesta desde la sociedad.
Tantos cambios se deben a que estas personas buscan sentir esa llama propia de la vocación. Creen que sus dudas les señalan la incapacidad de focalizar, y es cierto que la duda quita fuerzas. El problema es que ellos esperan que llegue el instante de la iluminación que les indique qué camino tomar. Pero el tiempo pasa y la revelación sigue sin arribar. La realidad es que probablemente esa revelación no llegue nunca, y eso no es una mala señal.
Lo bueno de esto que les sucede es que cualquiera de las veintidós opciones que seleccionaron la van a hacer bien. No se van a equivocar. Como tienen capacidad para abordar cualquier disciplina, no habrá grandes diferencias. También podrán dedicarse a diferentes disciplinas en forma sucesiva. Ernesto Sábato, antes de dedicarse a ser escritor, estudió física. Lo que sí importa es que cuando elijan, usen anteojeras que les impidan dispersarse o lamentarse por lo que no eligieron. El acento no tiene que ponerse en qué se elige sino en la continuidad. El esfuerzo estará enfocado en evitar atracciones laterales, en poder seguir siempre hacia adelante. El vínculo del compromiso se va a ir generando con el tiempo: la curiosidad crecerá y se multiplicará, pero no para distraerse en mil y una actividades sino para concentrarse y profundizar en la elegida. En algún momento nacerá el amor hacia el camino que tomamos, y podrán tener el mismo éxito o más que aquellos que tienen una vocación.