¿Sentiste alguna vez que los demás te discriminaban injustamente?
¿Te causa rechazo lo diferente?
¿Te gustaría deshacerte de tus prejuicios pero no sabés cómo?
Todo prejuicio se basa, como la palabra lo indica, en un juicio previo: por ejemplo, si en un grupo de amigos nos van a presentar a una persona y nos cuentan que “tiene una casa espectacular en un country, una camioneta 4×4 y veranea en Punta del Este todos los años”, habrá quienes la acepten con entusiasmo antes de conocerla y también estarán quienes la desprecien de antemano por las mismas razones: ya anticipamos cómo nos puede caer a partir de unos pocos datos.
El prejuicio se ejerce, entonces, desde el desconocimiento. Pero ¿de dónde sacamos esos pocos datos que lo construyen?
El tipo de prejuicio depende del lugar (social, cultural, familiar) que ocupa quien lo ejerce. En nuestro ejemplo, vemos que la persona que describimos puede motivar prejuicios opuestos: quienes forman parte de un entorno parecido al de ella, tendrán una actitud positiva. Quienes pertenecen a otra estructura social, sentirán rechazo. En ambos casos, esto sucede sin siquiera haber intercambiado aún un saludo. Aquí vemos dos tipos de prejuicios: uno que califica positivamente y otro que descalifica. Este último caso es el que abordamos en este texto, porque el prejuicio descalificador es el que produce un daño en el otro.
Lo que se rechaza es lo diferente y la diferencia nos genera miedo, porque creemos que cuestiona nuestro propio modo de pensar; es por eso que se torna amenazante. Por ejemplo, a veces ocurre que una persona vegana se siente discriminada si en una reunión los demás comen carne. Pero también pasa que las personas que comen carne se sienten despreciadas por la vegana. Vemos así que, si bien en general los prejuicios se ejercen desde las mayorías hacia las minorías, también pueden ocurrir a la inversa.
En el prejuicio existe la suposición de que hay “una” verdad y que todo lo que no cae dentro de esa verdad es desestimable. Entonces, quien ostenta esa supuesta verdad buscará unirse solamente con quienes la comparten y discriminará a quienes queden fuera de esos parámetros. El “bullying” es una clara manifestación de este fenómeno. Así, el prejuicio construye muros que nos separan donde debería haber puentes que nos unan. Pero además de diferenciar entre “los otros” y “nosotros”, la división es jerárquica, porque plantea una condición de inferioridad: “los otros” son inferiores a “nosotros”. Cabe aclarar que en ese “los otros” pueden estar englobados grupos muy diversos entre sí, que se ponen en la misma bolsa de “lo diferente”. Los ejemplos emblemáticos son los prejuicios raciales o los relacionados con la orientación sexual. En este sentido el prejuicio puede conducir al fanatismo.
Cuando el prejuicio se encarna, genera también un efecto de autodiscriminación. Por ejemplo, una persona obesa puede sentirse discriminada en un contexto que valora la delgadez, aun cuando nadie le diga nada descalificador.
Últimamente han aumentado en nuestro país las consultas psicológicas relacionadas con los enfrentamientos ideológicos (pañuelo verde/pañuelo celeste) y políticos (macrismo/kirchnerismo), que han llegado a destruir estructuras familiares o relaciones de amistad de muchos años. El prejuicio hacia el pensamiento del otro queda por encima del vínculo afectivo y lo corroe.
De una manera más leve, aunque también dolorosa, pueden detectarse comentarios prejuiciosos hacia determinadas profesiones u oficios; por ejemplo, es muy común escuchar que “los psicólogos son todos locos”, “las modelos son todas tontas”, “los artistas son todos vagos”o “los abogados son todos unos estafadores”.
¿Cómo desarmamos estas estructuras prejuiciosas? Una manera es buscando las semejanzas. Si ponemos el foco únicamente en las diferencias, se fortalece ese “muro” que se construye, a veces, a lo largo de siglos (como ocurre con los prejuicios religiosos). En cambio, si partimos de la semejanza, esa estructura (que además es vertical porque plantea la inferioridad del otro) va a tender, poco a poco, a la horizontalidad: así, lograremos que las diferencias se atenúen. Por ejemplo, el prejuicio hacia el color de piel se desarma reconociendo que todos somos seres humanos con las mismas inquietudes y con talentos muy diversos pero igualmente valiosos. La casa del arquitecto sueco y la choza de ramas de los aborígenes del Amazonas son soluciones creativas a la misma necesidad humana de cobijarse.
La idea no es igualar a todos en una especie de simbiosis que no distinga las diferencias entre los individuos: de ninguna manera se trata de uniformarnos, ya que diferenciarnos es algo positivo. Cada persona es un ser único e irrepetible. Por ejemplo, el mandato social de casarse y tener hijos, que en otras épocas discriminaba a las mujeres como “solteronas” si no lo hacían, hoy en día se derrumba ante la diversidad de estructuras familiares que existen: se puede ser madre soltera, se puede adoptar, se puede decidir no ser madre ni casarse.
Otro recurso es convertir lo diferente en un factor de atracción, que estimule la curiosidad y el deseo de aprender. Por ejemplo, una persona mayor que piensa que “los jóvenes no saben nada de la vida” es igual de prejuiciosa que el joven que cree que “los viejos critican todo”. Sin embargo, ambos pueden enriquecerse mutuamente aportando al otro sus capacidades.
El tema es dejar de ver las diferencias como algo negativo y estar unidos por ellas. Amar lo diferente es un camino de ida y amplía nuestros horizontes.