¿Te proponés hacer demasiadas cosas y terminás sin hacer ninguna?
¿Te evadís de lo principal y te “perdés” haciendo cosas secundarias?
¿Te cuesta establecer prioridades cuando tenés varias tareas por hacer?
Cuando hablamos del “ya que estamos” nos referimos a todas las tareas adicionales que sumamos, sin darnos cuenta, a otra que era nuestro objetivo principal. Por ejemplo: tengo que empezar a escribir un trabajo. Para darme ánimos, pienso: “Voy a ir a la cocina a hacerme un café. Pero ya que estoy, voy a llevar esta taza que ya usé, para lavarla; y ya que estoy, lavo también los platos del almuerzo; y ya que estoy, limpio las hornallas que están engrasadas; y ya que estoy con la botella de desengrasante en la mano, limpio la mesada y los cerámicos; y cuando termine, ya que estoy, le doy de comer al perro y riego las plantas”.
Ante esta larga lista pueden suceder varias cosas: que me “pierda” haciendo todo y siga sumando actividades, al punto de ya no volver a la computadora a escribir. Otra posibilidad es que haga todo y descubra, al volver al escritorio, ¡que me olvidé del café que iba a servirme!
Hay otras situaciones en las que el “ya que estamos” puede abrumarnos al punto de que, finalmente, no hagamos nada. Suele ocurrir, por ejemplo, al encarar una reforma en la casa: “Vamos a cambiar el piso de la cocina. Pero ya que estamos, podemos renovar también las cañerías de agua, que son viejas; y ya que estamos, reemplazar las alacenas…” Podríamos decir que, de tanto agregar “vagones” al “tren” de nuestras tareas, la “locomotora”, que somos nosotros, queda inmovilizada.
El extremo opuesto sería no saber cuándo detenernos: siguiendo con el ejemplo de la reforma, decidir que no solo la cocina sino también el baño necesita renovarse. Estas situaciones pueden generarnos problemas económicos, porque incurrimos en gastos que luego no podemos afrontar, o bien conflictos de agenda por no poder manejar correctamente los tiempos (por ejemplo, al encarar trámites).
Otro problema es que, en el recorrido de tareas, aparecen los olvidos, los errores y los imprevistos que terminan sumándose a la cadena. Por ejemplo, cuando voy a servirme el café y decido “ya que estoy” lavar los platos, noto que necesito los anteojos. Vuelvo al escritorio a buscarlos, pero entonces allí puede ser que se me ocurra otra tarea para hacer, como poner a lavar la ropa. El efecto es el de una “bola de nieve” que va creciendo a medida que se desliza por una pendiente.
Cuando nos sumergimos en el “ya que estamos” y no podemos ponerle un límite, terminamos perdiendo nuestro eje y escapándonos de nuestro propósito inicial. ¿Esto significa que debemos evitar el “ya que estamos”? De ninguna manera. Bien llevado, es una excelente herramienta para optimizar nuestro tiempo, aprovechar nuestros recursos y reducir nuestros esfuerzos. Una manera de utilizarlo a nuestro favor es establecer prioridades, y así subordinar las actividades secundarias planteando que las haremos siempre y cuando el desarrollo de la primera tarea nos lo permita. Por ejemplo: si voy al centro a hacerme un estudio médico y pienso que “ya que estoy” puedo aprovechar para resolver un trámite bancario, me propongo priorizar el estudio médico y, una vez que termine, decidir si me queda tiempo para el trámite. La idea, entonces, es plantear etapas prestando atención al reloj. En el ejemplo de las reformas en la casa, las prioridades se pueden definir en función de las posibilidades económicas: si solo tengo dinero para cambiar el piso de la cocina, no cambio las alacenas o espero un tiempo hasta ahorrar lo suficiente para hacerlo.
Esto que parece tan obvio y de puro sentido común, en la práctica, muchas veces resulta difícil de llevar a cabo. La dispersión o la distracción es algo que, con la edad, se acentúa; por eso es bueno ayudarnos elaborando listados que nos permitan seguir nuestra ruta, sobre todo previendo los posibles olvidos.
Podemos decir que el “ya que estamos” es una moneda de dos caras: si nos dejamos llevar por él nos exponemos al bloqueo, al derroche de recursos y de tiempo, o a la evasión de nuestros propósitos. Pero si lo sabemos utilizar para nuestro beneficio es un impulso positivo para concretar acciones.
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