¿Te preguntaste alguna vez para quién hacés lo que hacés?
¿Alguna vez quisiste hacer algo para alguien en especial sin que los demás se dieran cuenta?
¿Sentís que nada de lo que hacés es para vos?
Ante cualquier acción que emprendemos, en general sabemos (o creemos saber) para quién la realizamos. Siempre hay un destinatario manifiesto, pero también existe uno o varios no tan explícitos, que nos cuesta reconocer como tales. Por ejemplo: cuando cambiamos nuestra foto de perfil en las redes por una en la que estamos con nuestra nueva pareja, podemos pensar que lo hacemos simplemente para compartirla con todos nuestros contactos. Esa sería la motivación explícita o manifiesta, que, paradójicamente, es la menos fuerte.
Hay un segundo nivel, en el que descubrimos que hay otra razón pero no la reconocemos abiertamente. En nuestro ejemplo podríamos pensar: “Voy a poner esta foto para que, cuando mi ex la vea, sepa que estoy en pareja otra vez y que ya superé su abandono”. No lo vamos a admitir ante nadie, porque implica reconocer que aún nos importa lo que nuestro ex piense de nosotros. Podemos ser conscientes de esto o no; dependiendo de cuánto nos conocemos, podemos percibir más o menos claramente cuándo estamos obrando de este modo.
En un tercer nivel aparecen los mandatos que hemos heredado: en nuestro ejemplo, sería el mandato social o familiar de estar en pareja como sinónimo de éxito en la vida. Este último nivel, a pesar de ser el menos consciente de los tres, es el que más influencia ejerce.
También ocurre lo opuesto; es decir, ante la decisión de no hacer algo, existen destinatarios explícitos e implícitos, conscientes e inconscientes. Si, por ejemplo, en un grupo de amigas se reúnen algunas de ellas excluyendo a otras, lo más probable es que no publiquen en las redes fotos de ese encuentro, para no despertar los celos de quienes quedaron excluidas. Aquí el destinatario para quien no se publican las fotos son esas personas que podrían ofenderse: solo algunas del grupo. Un caso más complicado sería ante una situación de infidelidad: la persona infiel no quiere que nadie descubra su situación. Entonces, ¿para quién se oculta? Para todos.
Lo sepamos o no, los tres niveles que describimos están presentes en cada cosa que decidimos hacer o no hacer. Si bien los ejemplos que dimos se relacionan con la imagen que ofrecemos en las redes sociales, esto se aplica a decisiones más importantes como, por ejemplo, la elección de una carrera: aún hoy hay casos en los que los hijos siguen el mandato familiar y estudian lo que sus padres quieren que estudien, no porque les guste sino para cumplir con ellos, aunque ante los demás digan que es por decisión propia. Todas las situaciones relacionadas con la vocación implican un profundo planteo personal para darnos cuenta si estamos eligiendo nuestra carrera para nosotros o para alguien más.
Hay motivaciones que pueden ser globales: el para quién abarca a una comunidad. Por ejemplo, quienes militan en organizaciones ecologistas, feministas, solidarias o en agrupaciones políticas, dirigen sus acciones a un destinatario que puede abarcar desde su propia descendencia (hijos y nietos) hasta todo un país o, incluso, toda la humanidad. Lo mismo ocurre con las actividades de los investigadores científicos o los inventores. Se trata de compromisos altruistas que priorizan el bien común por sobre el personal.
En un nivel primordialmente espiritual, están quienes encaminan sus acciones hacia el ser supremo, en el marco de la religión que practican. Si bien es un nivel abstracto, porque no hay un destinatario de carne y hueso, las acciones sí son concretas; por ejemplo, el celibato entre quienes se consagran a la religión católica.
En la terapia es posible detectar si los destinatarios que estamos eligiendo para nuestras acciones son los que realmente queremos elegir o si, en realidad, estamos evadiendo un compromiso con nosotros mismos, poniéndonos en el último lugar de nuestras prioridades. También podemos descubrir si ciertas acciones aparentemente inocentes esconden sentimientos de despecho o venganza (por ejemplo, comentar con entusiasmo nuestro éxito profesional ante un compañero de la primaria que nos hizo bullying y que ahora está sin trabajo). Conociéndonos mejor, todas nuestras acciones serán verdaderamente nuestras: incluso si decidimos acatar un mandato, sabremos que lo hacemos por elección propia.