ENCONTRARNOS EN UN IDIOMA
El título de este texto tiene una doble lectura: por un lado, alude al encuentro que se produce entre dos o más personas que, al compartir una misma lengua, pueden comunicarse. Pero por otro lado, también se refiere al modo en que podemos encontrarnos a nosotros mismos a través de uno o más idiomas.
Está comprobado que en los primeros años de vida la garganta del ser humano se modifica estructuralmente para adaptarse a los sonidos de la lengua materna. Eso no significa que las personas no podamos aprender otros idiomas, pero sí es cierto que nos resultará más dificultoso y, también, que ciertos modos de pronunciar las letras (por ejemplo, la r en francés) los conservaremos toda la vida. Por eso es necesario e importante incorporar el aprendizaje de idiomas en las edades más tempranas.
Cada idioma es un modo diferente de interpretar la realidad; al nombrar a un mismo objeto o concepto, las distintas lenguas se enfocan en aspectos distintos. Por ejemplo, la palabra enfermedad proviene del latín infirmus, que significa “falta de firmeza”; es decir, que alude a la debilidad que produce estar enfermo. En alemán, la palabra Krankheit proviene de krank, que significa “débil” y se emparenta con el vocablo crincan, del inglés antiguo, que significa “doblar”. Entonces, tanto en español como en alemán el foco está puesto en la descripción física que se puede hacer de una persona enferma (doblegada). En francés, en cambio, maladie proviene de mal: la enfermedad se asocia a un concepto de orden moral, “el mal”. En inglés, la palabra es disease, que significa “lo que no es fácil”; es decir, alude a las dificultades que supone padecer y superar una enfermedad. Por último, en portugués, el término es doença, que a su vez proviene de doer (dolor); la palabra hace hincapié en el padecimiento mismo de la persona enferma.
Otras veces, dentro de un mismo idioma encontramos una palabra que designa dos cosas totalmente distintas. Por ejemplo, en alemán, la palabra Schuld significa “deuda” y, al mismo tiempo, “culpa”. Es interesante esta coincidencia porque en la lengua alemana, entonces, una deuda tiene implicancias éticas que en castellano, en cambio, no aparecen (la palabra “deuda” no está asociada a culpa alguna, solo implica un compromiso a pagar).
En todos los idiomas existen palabras que no tienen equivalente en otras lenguas porque tienen que ver con la idiosincrasia de los pueblos. La palabra saudade, en portugués, es la añoranza urgente y el deseo de volver a esa persona, lugar o actividad lo antes posible. En alemán existe el término Heimweh, que literalmente significa “dolor de hogar”: en este caso, la añoranza es exclusivamente hacia un hogar físico que ha quedado lejos en el tiempo y el espacio. Otro caso de palabra intraducible al castellano es basteln o bricolage, que se refiere a las manualidades, tarea muy extendida en pueblos cuyo clima es muy frío y las noches son muy largas.
Como vemos, cada idioma representa la cosmovisión del pueblo que lo usa. Aprender un idioma nuevo nos acerca a una visión diferente de las cosas y nos ayuda a resignificar nuestro propio idioma, del mismo modo que sucede cuando viajamos y comparamos nuestras costumbres con las del país que visitamos. En definitiva, conocer al otro nos ayuda también a conocernos a nosotros mismos.
Se dice que, para determinar cuál es nuestra lengua materna, tenemos que ver cuál es la que usamos al soñar, al rezar o al hacer cuentas. La lengua materna se arraiga tanto en nosotros que se revela, incluso, en la pronunciación de otros idiomas, por más que los manejemos a la perfección: el acento delata nuestro origen.
El emigrante no solo extraña su país, sino también su lengua: hablarla y escucharla, tanto de sí mismo como de los demás. Ante el nuevo idioma que debe, forzosamente, aprender para poder adaptarse al país al que llega, experimenta un sentimiento muy fuerte de inseguridad, vulnerabilidad y miedo al ridículo. La prueba está en que, cuando puede volver a usar su lengua natal, se transforma. Esto nos indica que, en una persona, diferentes idiomas ponen de manifiesto diferentes actitudes y activan distintos aspectos de la personalidad.
Es muy importante incorporar en nuestro acervo cultural el o los idiomas de nuestros ancestros. De esta forma, mantenemos viva la raíz que nos une a los países desde los que vinieron.
La relación entre un idioma y el territorio en el que se utiliza es muy fuerte; esto puede comprobarse si pensamos, por ejemplo, en el esperanto, un idioma que fue construido con la idea de que se convirtiera en universal. Para ello, sus creadores tomaron y combinaron elementos de varias lenguas. Sin embargo, no se utiliza tan universalmente, quizás porque no está ligado a ninguna geografía específica. El idioma y el territorio se asocian indisolublemente; esta es la razón por la que, también, aparecen los dialectos que distinguen a las regiones de un país con sus particularidades (por ejemplo, en Italia el piamontés, el calabrés, etcétera).
Los idiomas tienen distintos niveles de arraigo en nuestras vivencias y cada cual posee una inteligencia lingüística particular. No es lo mismo entender una lengua que hablar, pensar o soñar en ella. Las personas que han crecido utilizando más de un idioma (por ejemplo, porque sus padres provenían de distintos países) suelen mezclarlos e incorporar palabras de uno o de otro en su discurso. Los políglotas, muchas veces, tienen dificultades para permanecer en un solo idioma al hablar: lo viven como una limitación, dado que han asimilado algunos conceptos en una lengua y otros conceptos en otras. Si pudieran elegir libremente qué idioma utilizar, seguro elegirían una combinación de todos los que manejan.
En la terapia se pone de manifiesto el arraigo que un determinado idioma tiene en el paciente, y el amor que este siente hacia el lugar en el que se habla. Cuando el terapeuta atiende a un mismo paciente en varios idiomas, puede comprobar que este se muestra más seguro y hasta temerario cuando se expresa en su lengua materna, porque no se está “traduciendo” constantemente a sí mismo. Esto se puede comprobar en numerosos detalles como su postura corporal, el tono y volumen de su voz, y la confianza con que se expresa. Es más, se verifica que en cada idioma el paciente adopta una actitud diferente y única. Esto demuestra que la lengua opera una transformación profunda en nosotros, a tal punto que, cuando hablamos otro idioma, somos otros.