¿Tuviste un “mini bajón” luego de mirar fotos de famosos en las redes o en las revistas?
¿Sentís que tu vida no está a la misma altura que la que llevan las personas de tu entorno?
¿Estás demasiado pendiente de lo que mostrás de tu vida en las redes?
Después de atenderse conmigo durante bastante tiempo, una paciente se radicó en los Estados Unidos. A partir de entonces, las únicas noticias que tuve de ella fueron las que publicaba en las redes sociales: así pude ver fotos espléndidas de su vida familiar. Todo parecía ser idílico; pero un día, mientras miraba una serie de imágenes que la mostraban feliz con su marido, sus dos bebés y su perro, recibí un llamado suyo en el que me pedía tener sesiones por Skype, ya que se encontraba en una grave crisis de pareja.
Esto nos muestra un fenómeno cada vez más frecuente, que tiene que ver con lo que elegimos mostrar de nuestra vida en las redes sociales. En muchos casos, las personas exponen una especie de realidad paralela en la que solo se ven aquellos contenidos que las muestran exitosas y felices. Si nos encontramos a la vuelta de la esquina con alguien que se presenta así virtualmente, puede ser que nos sorprendamos al comprobar que su realidad es muy distinta.
Podemos decir que cumplen a rajatabla con un nuevo mandato, propiciado por las redes: el de la felicidad permanente. Hay que demostrar que somos felices, como sea, con tal de no dejar ver nuestras miserias.
Este fenómeno viene acompañado muchas veces de la ostentación de nuestro modo de vida: las marcas que usamos, los viajes que hacemos, los restaurantes donde comemos, incluso la ideología política que apoyamos. Según el entorno social en que nos movemos, hay lugares o situaciones que nos hacen “ganar puntos” ante los demás, como por ejemplo sacarnos una foto en cierta playa de moda. Es una manera de decir “yo también estuve ahí”, o “yo también puedo tener esto”. Las selfies son, entonces, fotos que están muy pensadas y seleccionadas entre muchas tomas para mostrar únicamente lo que queremos que los demás vean. La espontaneidad queda totalmente excluida.
En las fotos grupales, por otro lado, salen a relucir los rencores y hasta ciertas “venganzas”: elegir publicar una foto en la que nuestra amiga no salió favorecida, o ponernos siempre en primer plano tapando al resto, son situaciones que hoy en día pueden generar conflictos inexistentes años atrás (“¡me escrachaste en esa foto!”).
Volviendo a las selfies, podemos detectar dos modalidades: por un lado, están las fotos en las que nos exhibimos sonrientes y felices. Por otro lado, las que se ven cada vez con más frecuencia entre los jóvenes, en las que se muestran con expresiones serias, desafiantes y a veces hasta agresivas. Pareciera que, en esos casos, lo que se quiere no es agradar sino demostrar cierta rebeldía ante las convenciones sociales. Lo paradójico es que estas fotos “serias” son tan poco espontáneas y tan minuciosamente producidas como aquellas que son pura sonrisa: la supuesta rebeldía, entonces, está también fuertemente vinculada a las convenciones visuales. Se generan modas, como usar o no determinado estilo de maquillaje o peinado, elegir ciertos escenarios donde posar, determinados ángulos para vernos más seductores u ocultar defectos de nuestro cuerpo, mostrar tatuajes o piercings, etcétera.
También las herramientas informáticas, como el Photoshop y determinadas aplicaciones muy fáciles de usar, juegan un papel cada vez más importante: la posibilidad de vernos más delgados, bronceados, musculosos, con menos arrugas, etcétera, hace que manipulemos nuestra imagen llegando a veces a extremos ridículos con tal de no dejar ver nuestro verdadero aspecto.
Las revistas de la farándula y los programas de televisión nos hacen creer que la vida de los “famosos” es perfecta e inalcanzable. En el consultorio suele verse lo que llamo “efecto revista”: los pacientes que entran luego de haber estado hojeándolas en la sala de espera, suelen comparar sus vidas con las de estos personajes. En sus comentarios siempre se sienten frustrados y en inferioridad de condiciones.
Podemos preguntarnos: ¿está mal elegir cómo queremos que los demás nos vean? Claro que no, siempre y cuando tengamos presente que lo que mostramos no es toda nuestra realidad: se trata de no creernos ese personaje que diseñamos. Por la misma razón, tampoco conviene tomar al pie de la letra lo que nos muestran los demás, ni angustiarnos porque esa vida aparentemente fabulosa de nuestros allegados nos resulta inalcanzable.
La terapia ayuda a descubrir esa distancia que existe entre lo que mostramos y lo que somos y darnos cuenta de que, así como nosotros omitimos aspectos poco agradables de nuestra vida, los demás también lo hacen.
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