CELEBRAR CADA NUEVA DÉCADA
Si bien es cierto que cada cumpleaños es una oportunidad de realizar un balance de lo vivido y proyectarnos hacia el futuro, el pasaje de una década a otra resulta una experiencia mucho más contundente: se vive como un salto repentino a un estado de marcada madurez con respecto a la etapa anterior. Sabemos que la lógica indica que la diferencia entre los 58 y los 59 años es exactamente la misma que entre los 59 y los 60. Sin embargo, ese cero parece señalar un alejamiento abrupto e inexorable de nuestra fecha de nacimiento.
Cada nueva década nos presenta desafíos y demandas diferentes: no todos las viven de la misma manera pero, por lo general, podemos señalar que cumplir 20 años nos aleja definitivamente de la tutela de nuestros mayores. Los 30 nos ponen frente a frente con la construcción de nuestro futuro (por ejemplo, las decisiones de formar una familia, ejercer una profesión o encarar un negocio). Los 40 marcan, para las mujeres, el comienzo de los apremios relacionados con la maternidad ante el avance del reloj biológico (aunque, por fortuna, los adelantos de la medicina han “estirado” la edad en que se puede tener hijos actualmente). Los 50 son, hoy en día, una etapa de mucha productividad: generar proyectos propios, viajar, estudiar, son desafíos que se pueden plantear por primera vez o retomar a esta edad.
¿Qué pasa a partir de los 60 y en las décadas subsiguientes? La llegada de los nietos (que también puede producirse antes) nos conecta con un nuevo comienzo y nos permite recordar y revivir nuestra niñez y la de nuestros hijos. Sin embargo, hay una diferencia entre lo que significaba ser abuelo antes y lo que es ahora: los abuelos del siglo XXI trabajan, viajan, hacen deportes, tienen hobbies, interactúan en las redes sociales… La imagen de los abuelos ancianos dista mucho de la actual.
Hasta no hace mucho, cumplir 60 era “recibirse de viejo”. Se daba por sentado que comenzaba el tramo descendente de esa curva que es nuestra vida: todo lo asociado con la vejez implicaba decadencia. Actualmente, cada vez hay más evidencias de que la vejez tiene más que ver con un estado de ánimo que con una edad. Así es como podemos encontrar personas de 20 años que viven como si ya hubiesen envejecido, por falta de motivación o autoestima y por su profundo escepticismo. El polo opuesto lo constituyen personas de 70 años o más que emprenden nuevos proyectos sin importarles su edad. Estos ejemplos nos permiten pensar en la vida como una línea siempre ascendente: la disminución de nuestra aptitud física no es un obstáculo, pues se compensa con mayor sabiduría.
Es por eso que hoy, en mi cumpleaños (y “pasaje de década”) quiero compartir con ustedes una entrevista que realicé hace poco a Marion Kaufmann, una bella joven de 92 años que todavía tiene cuerda para rato y de quien podemos aprender mucho.