¿Sentís que no podés parar de consumir o hacer algo?
¿Tenés algún hábito que está anulando otras áreas de tu vida?
¿Te cuesta ejercer tu voluntad para vencer hábitos nocivos?
Si tuviéramos que describir con una sola frase lo que le sucede a un adicto, sería: “cuando empiezo a hacerlo, no puedo parar”. En primera instancia nos referimos al consumo de sustancias, muchas de las cuales tienen en su composición química elementos que generan adicción (por ejemplo, los cigarrillos). Otras se elaboran con el propósito específico de provocarla (por ejemplo, las pastillas de éxtasis). En tercer lugar, están las sustancias o las actividades que no son nocivas pero que se vuelven adictivas si aumentamos excesivamente su frecuencia de consumo o de hábito (por ejemplo, comer chocolate, jugar videojuegos, mirar series en Netflix o tener relaciones sexuales). En este tercer grupo, lo que entra en juego es la personalidad del sujeto, que establece un vínculo enfermizo con el objeto. Entonces, ese vínculo monopoliza la vida de la persona hasta tal punto que esta evade sus responsabilidades cotidianas y hasta sus interacciones sociales con tal de sostenerlo: el sujeto queda atrapado (sujetado) y cree que necesita de su objeto de adicción en forma regular para poder seguir viviendo.
¿Cuál es la consecuencia de que se desencadene este proceso? Que nunca se satisfaga lo suficientemente la necesidad y siempre se precise más cantidad para llegar al mismo efecto. La búsqueda de la satisfacción inicial (haya existido o la hayamos idealizado) se vuelve permanente e imposible de lograr.
Reconocer esta realidad implica un grado de conciencia y autocrítica muy alto: la persona ya pudo darse cuenta de que la situación escapa a su control. Entonces, puede trasladar su capacidad de hacer algo repetidamente sin poder parar a otras situaciones u otros objetos más edificantes. Por ejemplo, alguien adicto al café puede reemplazar esa bebida por jugos de frutas. Los adictos que concurren a las reuniones de Alcohólicos o Narcóticos Anónimos cumplen con absoluta regularidad la asistencia y las consignas que se les plantean. Hay gente que cree poder reducir las cantidades, es decir, lograr un consumo moderado pero la experiencia demuestra que esa meta es muy difícil de alcanzar. Por eso es preferible sustraerse del objeto de adicción, sin empeñarse en dominarlo sino sustituyéndolo por otra actividad u otra cosa, con absoluto rigor: es fundamental ser estrictos y estar siempre “en guardia” porque en esto no existe la superación total, sino la remisión de la tendencia.
Es cierto que hay objetos sin los cuales no se puede vivir: los adictos a la comida tienen el problema de que no pueden reemplazar su objeto de adicción con otra cosa; esto hace que su manera de enfrentar la adicción sea más dificultosa que en el caso de aquellos adictos a otras sustancias que son prescindibles, como el cigarrillo.
En síntesis: conocernos siempre es una enorme ventaja para todo lo que queramos emprender, y el tema de las adicciones no es una excepción. Decir y aceptar que uno tiene una personalidad adicta no es descalificarse sino todo lo contrario: es saber que, por ejemplo, no puede “fumar poco”, porque eso instala en su cabeza la obsesión por fumar el próximo cigarrillo. Entonces, lo mejor es eliminarlo por completo reemplazándolo por algo gratificante y saludable. Es el primer paso positivo para protegerse, desviar las tendencias nocivas y poner en acción la voluntad.
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