Este texto está dedicado especialmente a todas las personas responsables, cumplidoras, que siempre están a la altura de las exigencias externas. Esto incluye tanto el ámbito hogareño como el laboral o estudiantil, así como las obligaciones económicas (pago de impuestos, deudas, etcétera). Generalmente, estas personas privilegian lo que es para los demás y, ante la mirada ajena, tienen fama de ser confiables, honestas, constantes.
En la práctica terapéutica, es muy común detectar a estas personas: cuando terminan de ocuparse de las necesidades ajenas, relegan las propias porque no les queda resto para dedicarse a sí mismas. Puede faltarles tiempo, dinero, energía física o todas estas cosas juntas. Mientras que, hacia afuera, demuestran una eficiencia y un control total de sus recursos, hacia dentro viven un caos en el que no logran ordenar sus prioridades personales.
Esta falta de tiempo o de fuerzas, si bien es un motivo válido, muchas veces es una excusa que enmascara otras razones para la postergación. También hay un componente de autoestima muy importante: si no se tiene confianza en que lo que queremos hacer merece hacerse, lo seguiremos postergando. Por ejemplo, una estudiante de medicina, hija de un prestigioso médico, tiene grandes dificultades para estudiar porque siente que, si falla, podría “manchar el apellido”. Otra razón es el miedo al éxito: la posibilidad de que lo que hagamos nos cambie demasiado la vida tal como la conocemos hasta ahora. La estudiante del ejemplo anterior puede temer que, si le va demasiado bien, podría opacar el prestigio de su padre y eso le generaría un conflicto entre la lealtad hacia él y la lealtad hacia la profesión, que le impediría avanzar.
Lo que no logran estas personas es tratarse a sí mismas con la celeridad y eficiencia con que tratan a su jefe, sus hijos, sus profesores, etcétera. Además, relativizan o le restan importancia a su propio deseo y, así, dejan de lado el placer que ese deseo les proporciona.
Cuando hablo de “tomarnos en serio” me refiero, entonces, a “ponernos las pilas”: buscar o generar los recursos que nos ayuden a realizar nuestros deseos. Por ejemplo, destinar un momento fijo en la agenda de cada semana para esa actividad que siempre postergamos. Aunque no la hagamos, ya se va instalando en nuestra psiquis la disciplina que nos permitirá, poco a poco, dedicarnos ese tiempo.
Existe la recomendación muy difundida de que hay que disfrutar cada día como si fuese el último. Además de parecerme un imposible, no creo que eso sea bueno. Creo que pensar así es muy angustiante, agobiante, pues nos abruma la urgencia de tener que hacer millones de cosas en muy poco tiempo. Jorge Luis Borges escribió una gran verdad: “Vivimos con la creencia de ser inmortales”. Sabemos que no lo somos, pero creerlo nos organiza la vida: nos brinda cierta tranquilidad y nos da lugar a la esperanza, a imaginar un futuro que incluya el cumplimiento de nuestros deseos.